ANTONIO SOLER
Domingo, 16 de diciembre 2007, 02:11
DICEN que fue camarero en no sé cuál isla del Mediterráneo, que algunas madrugadas lo han visto pasear con un caballo blanco por los barrancos de Frigiliana. Que está intentando cambiar la american way of life a base de dar cenas en su casa de Roanoke, Virginia, pasada la medianoche. No es muy amigo de Bush ni de lo políticamente correcto. Es un hombre de letras y por lo que sé, su amor a la química lo concentró únicamente en el aprendizaje de la fórmula del dry martini y en su práctica concienzuda y refinada. Conoce a las beatas de Málaga, cada baldosa de cada iglesia. A algunos pedigüeños estilo Galdós y a bastantes pecadores. Tiene vía directa con san Antonio (Tony). Recorrió la calle Carretería bajo el trono de la virgen del Rocío y anduvo en el submarino de la Esperanza al lado de Banderas. Lleva dentro un niño místico. A su modo, es un obispo.
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Se llama Daniel Murphy, y esto que les he contado podría ser la cara B de su disco, o la A, quién sabe. En la otra cara, sea cuál sea, está la copla académica. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Colorado, doctor por la de Massachusetts, traductor, profesor en varias universidades, experto en Vicente Aleixandre que hoy, en el libro que acompaña a este periódico, viene antologado por él. Como Aleixandre, es malagueño vocacional. Y uno piensa que si en verdad esta ciudad es la del paraíso eso se debe a que a gente como Murphy le da por caer por aquí y quedarse largas temporadas, para mejorarnos, para hacernos menos purgatorio y acercarnos al poema de Aleixandre, la ciudad del paraíso.
Tan lejos de lo estrecho, tan cerca de lo alto, Murphy y los que son como él, vienen a colocarnos un espejo del yo soñado, de aquello que pudimos ser, de lo que todavía podemos recuperar. Aliento, estímulo, ejemplo. Alguna lección hemos aprendido de este americano/malagueño. Fáciles, difíciles. Todas necesarias, todas profundas. En su casa de Roanoke, donde dicen que antes estaba la estrella más grande de USA, un día triste de lluvia nos llegó la noticia de la muerte de otro constructor del paraíso, Rafael Pérez Estrada. Por aquí, Murphy anda con uno de los herederos de Rafael, el marshall Juvenal Soto, ese poeta con espada y sangre confundida con tinta.
No, no hay cara A ni cara B. Todo es una misma cara, un solo impulso, la vida. Mozart en las madrugadas de un apartamento de La Malagueta, el whisky que ilumina y aturde, el caballo blanco, los versos, el niño místico y el transgresor, Málaga y Virginia, este paraíso. A quién le iba a extrañar que uno pusiera a Murphy a trabajar de barman, como personaje de novela, en un antro como El Pomelo, en el corazón, oscuro y luminoso al mismo tiempo, del mundo. Sí. Ya sabemos por qué la de Roanoke es ahora la segunda estrella de Estados Unidos. La primera la lleva Murphy en mitad del pecho.
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