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ANTONIO JAVIER LÓPEZ* En Twitter: @ajavierlopez
Domingo, 11 de mayo 2014, 17:07
Cuando pinta un cuadro se «mete dentro». Casi en el sentido literal de la expresión. Trabaja sobre el lienzo durante diez, doce, catorce horas seguidas... apenas deja un par de respiros para coger aliento y distancia. Sabe bien lo que busca, lo tiene en la cabeza, y se zambulle en ese afán. Y esa forma de trabajar, de crear, la ha trasladado a su obra más reciente. Las cinco de la madrugada ya le pilla desayunado y la jornada se prolonga hasta rayar la medianoche. No extraña, por tanto, que Jorge Rando aparezca bastante más delgado que en la última cita, hace apenas un par de meses.
Rando pasea por las salas del museo que lleva su nombre y que muestra en su primer montaje su amplia trayectoria. Apenas quedan unos días para que el centro cultural levantado en el barrio de El Molinillo viva su inauguración oficial, prevista el miércoles 28. Han sido tres años de obras con no pocas vicisitudes, pero el resultado luce espléndido.
Rando (Málaga, 1941) reúne un centenar de obras en la carta de presentación del museo. Un trabajo que se dirige no al espectador, sino al «mirador de cuadros». Con esa expresión, el artista se refiere a la necesidad de que el visitante tome partido en la experiencia de conocer la obra y el proyecto. Por eso las cartelas no se limitan a los datos técnicos y biográficos de cada pieza. Son en realidad, puertas, pasadizos hacia las historias que viven detrás de cada creación.
«Este cuadro es el 'verso suelto' de 'África'», anuncia el recuadro que acompaña al óleo sobre lienzo colocado a la altura de los ojos -otra facilidad para que el «mirador de cuadros» entre en ellos- en el que un militar sostiene a un niño. El cañón del fusil mira hacia el suelo, el pequeño parece bien alimentado. Una imagen como un deseo desmentido por la Historia que ofrece el contrapunto optimista en la sala dedicada a las obras de tema africano.
«El cuadro se pinta a sí mismo»
Un retrato que se debate entre la figuración y la abstracción, una escultura de tamaño natural y de cara a la pared, como no queriendo ver lo que muestra la sala: niños desnutridos desencajados en un grito, cinco paneles donde Rando ha dejado las huellas de sus botas como metáfora visual de un continente pisoteado. «Estoy convencido de que el artista es un mero instrumento de una fuerza superior, más poderosa. Creo que el cuadro se pinta a sí mismo», reflexiona Rando.
El artista malagueño recuerda que el expresionismo -como corriente estética, pero también filosófica- traza la espina dorsal de un museo que ofrecerá la entrada gratuita al público y que contempla un espacio abierto para los creadores que quieran encontrar allí un lugar de trabajo. El Ayuntamiento de Málaga y la Fundación Jorge Rando se han repartido la inversión necesaria -en torno a 1,5 millones de euros- para construir el equipamiento. A partir de ahora, el artista responderá con su patrimonio de una iniciativa que ya ha despertado el interés de diversos mecenas.
«Ahora lo fundamental es que el museo se ponga en marcha, que la gente lo conozca, lo visite y lo haga suyo, porque este es un lugar pensado como punto de encuentro a través del arte», reivindica el artista en la recoleta plaza que sirve de distribuidor interior para un centro cultural que abrirá sus puertas al público el próximo 3 de junio.
Pinturas y dibujos
La llamada 'sala magenta' acoge las 'Pintarradas' de Rando, en las que un cromatismo casi salvaje adquiere el protagonismo. Justo al lado, una serie sobre los doce apóstoles ocupa el atrio interior y deja destellos verdes, grises y morados. Cruza el visitante, el «mirador de cuadros», la plaza para encontrarse con los «paisajes verticales» de Rando y una intensa serie sobre la Pasión en la que los cuadros están acompañados por dibujos que ofrecen las mismas escenas. Al otro lado de la sala, de nuevo el apostolado, ahora en bustos blancos sobre altas peanas.
Hierro y acero en la escalera desnuda, exenta, que lleva a la primera planta del segundo edificio del museo. Allí espera uno de los momentos más intensos del viaje por la obra de Rando: sus obras dedicadas a la prostitución. Una instalación escultórica sobre el tráfico de personas, cuerpos sin rostro en los lienzos y las tablas, poses sensuales, otras dramáticas, esquivas, y una mujer sobre un fondo negro que no es negro. «Tendrá quince o veinte capas de color...», concede Rando como sin darle importancia a su obra. Esa que ya luce en un museo trabajado con la obsesión de las verdaderas pasiones.
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