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:: I. JÁUREGUI
Un museo ejemplar (1) (Louisiana / Copenhague)
CUADERNOS DEL PASEANTE INVISIBLE

Un museo ejemplar (1) (Louisiana / Copenhague)

Los daneses se toman la cultura, como todo, sin solemnidades

IGNACIO JÁUREGUI flaneurinvisible.blogspot.com.es

Viernes, 28 de marzo 2014, 02:58

Un amigo cuyos juicios, bastante más sumarios que los míos, suelo tener en cuenta, me advirtió de que no nos marcháramos de Copenhague (esa infecta ciudad luterana, añadió) sin ver Louisiana. A una hora de tren, no es fácil encajarlo en una estancia corta, pero desde luego merece la pena. Ya el camino a pie desde el apeadero es una verdadera delicia. Si todo el territorio danés está organizado como ese par de kilómetros (y hay motivos para pensar que sí), a lo mejor tenemos que empezar a admitir que la sociedad ideal no está en los libros de los lunáticos sino al norte de Europa. Todo es cómodo, todo es pequeño, encantador y sencillo; los edificios de carácter netamente urbano, de tres o cuatro plantas, con sus supermercados y sus tiendas de discos, aparecen muy separados entre sí, ocultos entre arboledas y dispersos sobre un tapiz verde. Las casas más de campo se colocan a lo largo de una avenida tan discreta como bien urbanizada. Llegamos a Lousiana sin saber del todo si estamos dentro o fuera de qué ciudad.

La casa madre es una quinta de verano en madera blanca de una elegancia intemporal, un escenario sereno y vagamente triste que conecta en un primer momento con el mundo de Chejov o Ibsen. La impresión cambia de inmediato al entrar: no se trata de una casa-museo, con todo lo que de nostálgico tiene el concepto; el edificio original ha sido prácticamente vaciado y se abre, en ventanales de suelo a techo, a un fantástico, luminosísimo jardín de esculturas con el mar al fondo. Las familias están de picnic, los niños dejándose rodar cuesta abajo con esa torpeza y falta de gracia que tienen los niños nórdicos. Se ve que hay costumbre de venir aquí a pasar el día, que la cultura se toma como una parte más de la vida, sin solemnidades ni alharacas (nada menos danés que las alharacas y las solemnidades). El cuerpo pide, desde luego, salir corriendo al césped y unirse a ellos, pero el remordimiento por llegar a estas horas nos hace enfilar primero la galería de pintura.

En una de las salas hay un grupo de niños muy pequeños sentados en el suelo. La profesora los ha puesto a copiar un cuadro semiabstracto: husmeando en los cuadernos no tarda el viajero en seleccionar a los dos que valen para dibujar. Lo interesante es la diferencia en los enfoques: el niño dibuja lo que ve en el lienzo, levantando constantemente la vista para verificar: una curva que cruza el papel, una elipse a la derecha, rayas verticales; la niña en cambio mira el cuadro y lo interpreta (una loma, árboles, el sol) para después reproducirlo a su manera. Dos críos de cuatro años que resumen la historia del arte, si se le permite a uno la ligereza.

Saliendo de la galería por el extremo (en este museo se puede entrar y salir por donde a uno le apetece, todas las puertas están abiertas) nos encontramos en una colina muy densa de árboles; al fondo, por entre los troncos, vemos el cabrilleo del mar (antes, nada más salir, nos ha golpeado el olor). A lo largo del sendero nos vamos encontrando esculturas colocadas aquí y allá con vocación de columnas votivas o de postes de tráfico. Cuando clarean los árboles nos encontramos frente a una vista espléndida: el jardín que vimos al entrar desciende hasta la playa.

¿Saben esa como urgencia que entra en los grandes museos de querer verlo todo y no tener tiempo, esa mala conciencia de ciudadanos cumplidores de sus deberes que nos impide saltarnos siquiera una sala? Pues en Lousiana no, en Lousiana todo lo contrario. Aunque no hemos visto nada aún, nos dejamos caer hacia el mismo borde del mar sin ningún remordimiento y, si no llega a haber una de esas vallas ambiguamente traspasables que nos puso en duda sobre si se podía o no, nos habríamos sentado un buen rato en ese maravilloso embarcadero a mirar el cabrilleo del solete nórdico sobre el agua.

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