Borrar
Vestirse a diario siendo ya Historia
EL MIRADOR

Vestirse a diario siendo ya Historia

Aquello de 'el espíritu de la Transición' no fue un tiempo feliz sino el legado de unas élites capaces

TEODORO LEÓN GROSS

Lunes, 24 de marzo 2014, 03:33

No debe ser fácil levantarse por la mañana siendo un capítulo de la historia de tu país, además un capítulo mayor, y salir a pasear por las calles anónimas de ese país en deuda contigo. Vaya esquizofrenia estar vivo y a la vez ser Historia. Así le sucedió a Suárez tras dimitir en 1981 con un discurso memorable lleno de enigmas para el futuro. Tener la misma edad que él entonces, aún cuarenta y tantos, hace fácil imaginar su desconcierto viéndose con casi toda la vida por delante y la biografía cerrada. En vano trató de volver. Ya era un personaje mayúsculo de la Historia de España, como el Gran Capitán o el Conde Duque o Esquilache o Cánovas o Azaña, uno de esos nombres que cataliza una época clave. Tal vez entonces Suárez aún no habría tomado conciencia, pero en pocos años 'su' Transición se estudiaría en masters de Harvard a Shangai, de Johannesburgo a Varsovia. Aquella hoja de ruta 'de la ley a la ley a través de la ley' es un canon, y sirvió para desmontar la inercia de casi dos siglos de sangre y fuego, con las heridas abiertas tras muchas guerras, decepciones y dictaduras. Desmontar eso requería virtudes que iban más allá de la inteligencia de Torcuato. El hombre seductor, dialogante y decidido era él. En apenas cinco años se hizo progresar el Estado totalitario hasta la democracia, y en su adiós ya no cabe un golpe. El piloto había sido aquel líder demasiado joven para retirarse a Brindisi, como Cicerón, asumiendo que ya solo le quedaba dejarse honrar por la Historia desde el futuro.

Suárez tiene algo de personaje de Shakespeare, entre la gloria y la miseria, el poder y la traición, el orgullo y la caída, la pasión y la desmemoria. Tras la estela de su adiós, el país se iba a polarizar hacia la izquierda, bajo la luminosa generación del felipismo que el poder corrompería en pocos años, y una derecha que aún tardaría en sacudirse la piel del franquismo, para hacer reaparecer el sectarismo de las dos españas con la Transición sin suturar. Eso sí, tampoco aquello había sido la Edad de Oro. Más allá de las miserias de una crisis corrosiva, prevalecía el miedo al ruido de sables, la caspa de la vieja moralina, el aldeanismo cultural, el nacionalismo de opereta. Eso que se ha llamado 'el espíritu de la Transición' no fue un tiempo feliz sino el legado de unas élites capaces de sobreponerse al cortoplacismo para modernizar la nación. Esa es la marca de Suárez en la Historia. Cuando ahora algún político presume de campeón reformista, como los dos últimos presidentes, da risa. Suárez dio un vuelco colosal, sin la miopía del partidismo, a la España heredada de la guerra y el franquismo. De ahí la sensación de orfandad del 'espíritu de la Transición' aunque el país sea mejor ahora. La justicia poética, a cambio, brindó a Suárez no ver eso diluyendo su memoria tras la nebulosa piadosa del alzheimer.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Vestirse a diario siendo ya Historia