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IVÁN GELIBTER
Sábado, 2 de noviembre 2013, 11:18
Este año, la festividad de Todos los Santos ha traído a la provincia un sinfín de actividades, actos y caracterizaciones relacionadas con la vida y la muerte. Pese a esta proliferación, han sido pocas las variantes tan impresionantes como la que anoche se vivió en la cripta y la Ermita de la Victoria.
En grupos de 25 personas, los asistentes entraban primero a la tumba de los condes de Buenavista, en la que veinte integrantes de un coro, ataviados como monjes, daban la bienvenida con unos cantos gregorianos que provocaban los escalofríos más profundos en una estancia revestida con decenas de calaveras.
Oratorio y purgatorio
Representado como el purgatorio, este nivel era el más bajo. Un piso más arriba se hallaba el oratorio. Un lugar intermedio justo antes de llegar al cielo, al que se ascendía tras subir dos tramos de doce escalones cada uno, escoltados a ambos lados por la tela y los rostros blanquecinos de un coro que se mantuvo todo el recorrido.
Como último nivel, el paraíso, en este caso relacionado con el camarín de la Virgen de la Victoria, retenido por un umbral cuyos protagonistas eran San Francisco de Paula y sus mínimos, llamando a la oración. Allí, bajo la solemnidad de un territorio cuyo reinado pertenece a la imagen que Maximiliano de Austria regaló a Fernando el Católico, el coro apagó su voz para dar paso a las últimas explicaciones del dónde y el porqué del templo que gobierna la ciudad. Un lugar previo a la conquista de Málaga, convertido ayer en noche bajo la luz de las tenues velas y de la solemnidad del canto gregoriano.
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