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TEODORO LEÓN GROSS En twitter: @teoleongross
Miércoles, 26 de diciembre 2012, 03:01
El Rey ha perdido magnetismo. Tiene muy agotada la química escénica, ese feeling invisible que conecta con el público. Como el cantante acostumbrado a vender discos de platino cuyo último álbum, de repente, se acumula en los almacenes del fracaso; o ese actor taquillero de pronto convertido en un juguete roto del olvido; o incluso el político de antiguas mayorías absolutas ahora perdedor. El magnetismo se pierde. Y el Rey, que tenía aura, ahora apenas parece un cónsul europeo, quizá de Liechtenstein, aficionado a las cacerías en África. Su discurso de Navidad resultaba, como diría Sartre, una 'pasión inútil'. Ya fuese traducido a todas las lenguas, subtitulado en euskera o en bable, pasado por YouTube o con el tam-tam de las tribus ibéricas, el discurso no daba. Sin magnetismo es imposible. Y en la sociedad del espectáculo perder el magnetismo probablemente sea peor que perder la razón.
De hecho el discurso tenía buenas hechuras, y hasta una puesta en escena refrescada sin el espeso convencionalismo del butacón, para compensar la imagen decadente de la corona en traumatología. Pero cuando no hay feeling, no hay. A menudo no se sabe por qué ocurre eso, en qué momento, y cómo. En el caso del Rey, sin embargo, sí se sabe. Más que su prima Windsor hace veinte años, lo suyo sí que es un 'annus horribilis' con los paseíllos de Urdangarín, la cacería de Bostwana, la amante prusiana, las amistades pérsicas... eso lo ha dejado más renqueante que la cadera de titanio. Quizá todavía puede acertar a un elefante con su Holland&Holland de cartuchazos 577 Express Nitro, pero a su discurso no le bastaba con la puntería. No con la credibilidad en mínimos.
Resulta ridículo evocar a Alfonso XIII en el caldero social de 1931, o a Carlos IV o Isabel II cruzando los Pirineos... pero el Rey ahora sabe que está en el trono por pragmatismo. Mejor con él que sin él; solo eso. Es un símbolo activo de cohesión, aunque Mas lo tape; pero ha perdido el magnetismo carismático. Su discurso estaba diseñado para elevarse sobre la denostada clase política, pero no se puede hablar de Política con mayúscula con una credibilidad minúscula. De hecho no pudo hablar de 'desahucios' o de 'paro' porque le habrían llovido sarcasmos en las redes sociales recordándole sus cacerías con millonarios del golfo Pérsico que cualquier día le regalan un Ferrari. Tampoco habló esta vez del príncipe o la familia real; pero eso, más que un 'dejarme solo' taurino, sonaba a 'La Corona soy Yo'. Trata de rehacerse, y ser el que era. Sin duda necesita prestigio, pero eso no llega con discursos de Nochebuena, un género sobrevalorado por los medios. Nunca te encuentras a nadie en la calle hablando del discurso del Rey. Antes se habla de Raphael.
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