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CARTA DEL DIRECTOR

Responsabilidad social

MANUEL CASTILLO

Domingo, 11 de noviembre 2012, 10:07

Cuando la desesperanza se arroja al vacío porque lo único que le queda por perder es la vida, el temor se apodera de la sociedad. Un estruendo seco y mudo que impacta con la misma brutalidad en el ánimo y zarandea las conciencias, ya de por sí aturdidas por tanto golpe. La resistencia épica de los movimientos sociales contra los desahucios está marcada ahora por las heridas de los suicidios que dan aún más sentido si cabe a su lucha y les arma de una dignidad moral capaz de superar cualquier obstáculo y de oponerse a cualquier batallón. Ver al juez que firmó el desahucio de Baracaldo con el nudo en la garganta representa la angustia de toda una comunidad con miedo por su futuro. Esta combinación de desesperación, angustia, indignación y el convencimiento moral de abanderar la razón puede tener efectos impredecibles. No creo que hoy haya ni batallones ni jueces dispuestos, si no es por la fuerza, a oponerse a estos ciudadanos. La sociedad se está atrincherando en el sentido común hasta el punto de llegar a perderlo si fuese necesario por su convicción de justicia. Y los políticos, aunque muy tarde, lo han visto con claridad. Y diría que con el mismo miedo.

Cualquier economista o jurista podría justificar el sentido de los desahucios llevados a cabo por los bancos y cajas de ahorro y su argumentación legal. Y tendría razón. Pero ahora no es el momento de la teoría, sino de aplicar la práctica y apelar a la responsabilidad. Frente a la crisis económica hay que actuar con criterios de economía social.

Los bancos y cajas de ahorro tienen que asumir su responsabilidad social, que es mucha. Y más aún porque han sido cómplices y autores necesarios de esta situación. La única diferencia entre un desahuciado y el presidente de un banco nacionalizado es que el desahuciado paga sus errores con su patrimonio e incluso con su vida y el banquero los paga con el dinero de los demás, con el dinero de todos sus españoles. Y mantiene su patrimonio a salvo. Así, sin más.

Es el momento (una vez más, pero siguen resistiéndose solo por intereses partidistas) de grandes pactos políticos, de la responsabilidad social de las administraciones públicas y de las grandes compañías para no seguir estrangulando a una sociedad que empieza a dar síntomas de agotamiento real. Las medidas de austeridad y los recortes aplicados por impulsos y sin criterios razonables no solo impedirán la reactivación económica sino que acabarán con cualquier aspiración de prosperidad futura. En esta guerra contra la crisis no hay mayor riesgo que llegar al convencimiento de que ya nada hay que perder.

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