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EL MIRADOR

La fascinación de Tartessos

TEODORO LEÓN GROSS En twitter: @teoleongross

Jueves, 21 de junio 2012, 04:10

Se reedita 'Tartessos' de Romero Esteo y se reestrena el documental 'Tartessos'. En el patio del Molina Lario -lástima renunciar a la terraza porque en las noches de mayo a octubre no hay auditorio como las azoteas de Málaga, sobre todo entre Alcazabilla y la vieja Cortina del Muelle- la presentación doble sirvió para evocar el poderoso mito de Tartessos, la fascinación de la primera civilización europea, la leyenda de Argantonio 'el hombre de plata' con sus fabulosas riquezas. Pero también sirvió para rescatar un rato del olvido al gran Romero Esteo, al que seguramente esta ciudad le reserve honores póstumos, como suele suceder. Entonces habrá autoridades dándose golpes de pecho; de momento persiste el olvido, a pesar del paréntesis en 2008 al concederle el Premio Nacional por 'Pontificial', obra en realidad del setenta que circulaba desde hacía cuatro décadas en hojas clandestinas de ciclostil, salvo para quienes lo leyeran en alemán en la serie grandes dramaturgos del siglo XX de Suhrkamp Verlag. Así es España. Romero Esteo arrastra el cartel de autor maldito desde el estreno de 'Paraphernalia.', exhibida en la primera semana antifranquista de París, y sobre todo 'Pasodoble'. Eso no cambió con el hito del Premio Europa a 'Tartessos' en 1985.

Y en el homenaje a Tartessos, que reaparece en la gran biblioteca Romero Esteo de Fundamentos, se proyectó también el documental de MLK, otro buen trabajo de este sello de Málaga en cuya filmografía figuran 'Operación Úrsula', sobre el submarino hundido en la bahía; o 'El último magnate', sobre Horacio Echevarrieta, el industrial propietario de La Concepción que reunió allí a Alfonso XIII y a Primo de Rivera con el almirante Canaris y Messerschmitt para involucrar a España en la reconstrucción del ejército alemán. La película retrata la obsesión del arqueólogo Schulten por Tartessos, empujado por la vanidad de emular a Schliemann -el amateur que había localizado Troya- y también por la ambición de encontrar la primera civilización de Europa ¡y además sin orígenes semíticos! toda una tentación para el pensamiento de la época. Schulten, que no era un cantamañanas pero sí un estratega del marketing -capaz de apropiarse el hallazgo de Numancia-, había publicado sus conclusiones antes de excavar, beneficiándose del renacimiento europeo de los años veinte, aquel tiempo de grandes sueños que la arqueología nutrió con la búsqueda de los paraísos perdidos. Tartessos, el legado de la Atlántida, fue una de esas utopías. Y a pesar del apoyo del Káiser y de España, con el aval incluso de Ortega, Schulten no tuvo éxito en el delta del Guadalquivir. Pero Tartessos sigue fascinando con el misterio de los grandes mitos de la Historia.

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