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REGINA SOTORRÍO
Domingo, 17 de junio 2012, 20:05
Fran Gamboa siempre lleva una libreta encima y «dos o tres colores». Nunca se sabe cuándo se puede topar uno con una buena imagen. La última que tiene en su cuadernillo es la de una calle de Málaga que descubrió el otro día cuando fue a comprar una revista. Ahora, a trazos de rotulador reproduce el 'Cristo Muerto', un anónimo del siglo XIII que cuelga de las paredes del Palacio de Villalón. Es un Urban Sketchers, uno de los alrededor de veinte que ayer eligieron como musa al Museo Carmen Thyssen.
Son dibujantes urbanos, aficionados a la pintura en vivo en calles, parques, puertos... que organizan quedadas a través de las redes sociales para inmortalizar un mismo entorno a la vez. Eso sí, la mirada es libre. Unos plasman diferentes perspectivas de las columnas del patio de entrada al Thyssen, otros retratan a sus compañeros en plena faena y hay hasta quien, como Omar, se fija en unos cordones que separan la entrada de la salida. «Son muy simples y este es mi primer cuaderno, está bien para iniciarme», explica el chico de once años.
Porque en Urban Sketchers lo de menos es la edad. Omar pinta junto a su hermana Carolina de ocho años y su madre Patrizia Torres. «Siendo la pintura un acto íntimo y solitario, compartir el espacio con otros permite ver herramientas nuevas y participar del dibujo de los demás», cuenta Patrizia, mientras empieza a esbozar a pluma una fila de columnas sobre unos folios manchados previamente con té. Otros optan por la acuarela, el rotulador, lápices acuarelables o el bolígrafo. Cuestión de técnicas y de gustos.
Aprender de los demás
Sentado en la escalera Javier Rico tiene otro punto de vista del patio. Es economista y tras una semana haciendo números... «dibujar relaja la mente». Más arriba, Rafa Comino ya va por su tercera página del día. En media hora dibujó la fachada del Palacio de Villalón. Desde Córdoba, en el tren de las 10 de la mañana, ha llegado al Thyssen Arturo Ramírez. «Es gratificante porque siempre se puede aprender de los demás», indica al mismo tiempo que retrata a su compañero Manuel Hernández, profesor de dibujo jubilado. «Aquí nadie corrige a los demás», añade este.
Les une la pasión por el dibujo, más allá de estilos, profesiones o edades. Como aclara Luis Ruiz, fundador de la delegación malagueña, solo hace falta una libreta para unirse al grupo. Cuando termina la mañana, ponen en común sus creaciones y las cuelgan en la Red. Es la hora de irse a comer todos juntos. Pero ni entonces dejan de pintar. Sobre la mesa siempre hay más de un cuadernillo.
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