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LA TRIBUNA

La maldición del proyecto

Málaga está a salvo de conmociones porque esas ideas, esos anhelos urbanos que son individuales y colectivos a la vez, se malogran desde el momento mismo en que se transforman en proyectos.

SALVADOR MORENO PERALTA.

Viernes, 11 de mayo 2012, 09:24

Mal que les pese a algunos epígonos de John Ruskin que quisieran verla conservada en formol, la ciudad es una realidad incompleta, abierta a las generaciones para su continua transformación. Los cambios pueden hacerse con la brutalidad de una amputación traumática o, por el contrario, con el sosiego que tiende un puente entre la razón histórica y las exigencias de la vida cotidiana. En la ciudad hay vacíos, lugares, anhelos que hacemos NUESTROS, en la medida en que aún no se han concretado. Mientras permanezcan en la existencia potencial de lo no realizado, cada uno de nosotros tendremos nuestra particular idea de lo que hay que hacer: es ese "lo-que-Málaga-necesita" que aflora todos los días en los periódicos, en los foros de opinión, en las barras de los bares, en las tribunas de los expertos, en las decisiones de los políticos o en los exabruptos de los comentadores de noticias en la red. El gran reto es que esa ciudad expectante siga siendo NUESTRA una vez realizada. Pues toda concreción de una idea conlleva siempre una dosis de desengaño, de ahí que, salvo contadas excepciones, lo nuevo provoca una conmoción ciudadana. El tiempo trabaja a favor de todo menos de nuestras vidas, y esas innovaciones suelen acabar por diluirse más tarde o más temprano en el imaginario colectivo, lo cual no obsta para que haya realizaciones que, de puro bestia, la ciudad no acepte jamás.

Pero Málaga está a salvo de conmociones porque esas ideas, esos anhelos urbanos que son individuales y colectivos a la vez, se malogran desde el momento mismo en que se transforman en proyectos. Basta que algo se defina en proyecto para que se desaten unos genios maléficos que impidan su realización. Mientras no había proyecto había expectativa; con el proyecto se nos quita la exaltación de lo expectante sin la contrapartida de su verificación, así que la frustración es doble. El Campamento Benítez, el Astoria, el cuartel de la Trinidad, el Auditorio, la Tabacalera, el hotel de Moneo, Los Baños del Carmen.lugares cargados de memoria, de simbología, de recuerdos, de rechazos o esperanzas: todos ellos tenían un proyecto que era la concreción de una idea, tal vez la respuesta a una incógnita sobre el lugar cuya materialización desataría el ciclo "conmoción-frustración- aceptación- incorporación al imaginario colectivo" con el que la ciudad se teje y desteje dando cuenta de la naturaleza esencialmente dinámica de lo urbano. Maticemos: no es que estos proyectos estén paralizados, es que son los proyectos en sí los que paralizan sus posibilidades mismas de desarrollo. ¿Por qué?

Los proyectos justifican al sistema mientras se redactan, pero también lo delatan, llegado el momento ineludible de su ejecución. Casi todo en este mundo puede resolverse con celeridad, pero si así se hiciera descubriríamos que sobran miles de personas que hacen de la creación de problemas la razón última de la existencia y perpetuación del sistema. El proyecto es el más eficaz catalizador de esa ineficacia. Había un proyecto en el Campamento Benítez, pero ya desde la cuna olía a conflicto institucional según la veleta de la política. Había un legítimo proyecto privado en el Astoria, pero un capricho electoral lo abortó; hoy ese lugar acumula tal carga eléctrica de centralidad que ya no habrá quien acometa un proyecto sin desatar una polémica bloqueante. Había un proyecto para el cuartel de La Trinidad, el Parque de los Cuentos, pero esa idea parida por un capillita hispalense era tan mema que se ha caído de puro inconsistente. Había un proyecto de Auditorio en el muelle de san Andrés pero, aparte de alimentar el conflicto Puerto-Ayuntamiento, su indisimulada determinación de multiplicar el presupuesto lo hacía inviable en tiempos de recesión. Había un proyecto en Tabacalera para una municipal ocurrencia, pero lo desbarataron los incumplimientos contractuales entre el Ayuntamiento y ArtNatura, y ahora, sin otro interés que ver el juego que da una academia de baile en sus instalaciones, estamos a la espera del dictamen de los jueces sobre el noble edificio de Aníbal González. En un entorno despersonalizado y confuso, había un proyecto de hotel de Rafael Moneo (para el mundo, Premio Pritzker y Príncipe de Asturias; para los ingeniosos malagueños, maMoneo), pero la cobardía político administrativa diluyó la singularidad de su altura en un bárbaro «café para todos» de diez plantas en toda la ribera Este del Guadalmedina. Lleva diez años de tramitación. En fin, había un proyecto en los Baños del Carmen.pero ya ni los más viejos del lugar recuerdan por qué diablos no se realizó.

Hubo un tiempo reciente en el que, a trancas y barrancas, en Málaga los proyectos se llevaban a cabo. Hoy, con implacable automatismo, los engranajes del sistema se encargan de triturarlos. Mientras combatimos al monstruo que hemos creado podemos pasear animosamente por calle Larios, escenificando la comedia de nuestro proverbial dinamismo bajo la templanza del clima y ante un alegre tropel de cruceristas, extraviados en una tramoya de carpas, verdiales y alfombras rojas.

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