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M. M.
Miércoles, 18 de abril 2012, 03:30
Patricio Hernández (Murcia, 1951) está considerado el máximo especialista en la obra del poeta malagueño Emilio Prados. Catedrático de Literatura Española de la Universidad Pública de Navarra, hoy ofrece en la Sala Isabel Oyarzábal, a partir de las 20.30 horas, la conferencia 'Cita sin límites con Emilio Prados', dentro del homenaje que el Centro Cultural Generación del 27, conjuntamente con el Aula de Cultura y SUR y la revista 'Litoral', rinde hasta mayo al poeta y editor con motivo del cincuenta aniversario de su muerte. La próxima cita será el 26 de abril, con una lectura poética y un encuentro entre María Victoria Atencia, Pablo García Baena, Lorenzo Saval y Francisco Chica.
-¿Una cita con Emilio Prados siempre es una 'cita sin límites'?
-Eso es, la cita a la que nos llama Emilio Prados es una cita fuera del tiempo y el espacio. En realidad es una cita con nosotros mismos, con nuestro ser interior. Una cita sin límites a la que está llamado cualquier ser humano. 'Cita sin límites' es el último libro que escribió y que dejó inconcluso por su muerte. En el fondo es lo que engloba su poesía: una invitación a cualquier lector, de cualquier época.
-Pero la suya no se considera una poesía popular...
-Su poesía refleja un mundo interior que se fusiona con los elementos de la naturaleza, con un sentimiento muy distinto al que dominaba en ese momento. A pesar de que era el dueño de la Imprenta Sur y podía haber publicado sus propios libros, no lo hizo, y son libros magníficos, sobre todo 'El misterio del agua' y 'Cuerpo perseguido'. Era un hombre muy entregado a los demás.
-¿Cree que quizás se entregó demasiado hasta el punto de verse eclipsado por otros?
-Sí. Como dijo Jorge Guillén, su poesía era la más original entre todas las escritas por los miembros de su generación. No se conoce porque no es una poesía que magnifica lo bello. Es de más difícil acceso, requiere un esfuerzo para profundizar en ella. No obstante, fue muy valorada por otros poetas y pensadores de su época. Digamos que él no se entretenía describiendo sin más el paisaje, no hacía bodegones, lo que hacía era expresar su mundo interior. De hecho, enseñó los primeros manuscritos a José Moreno Villa y a José Bergamín, y los dos vieron que era una poesía extraña, con cierto panteísmo.
-¿De ahí ese aislamiento?
-Desde la infancia vivió en un mundo desamparado, ajeno al resto. Aunque hay que decir que era una persona alegre y bromista, incluso en el exilio los amigos decían que mantenía la guasa andaluza.
-¿Falta mucho por conocer?
-No mucho. Sí que este último libro no se publicó como tenía previsto porque se incluyó en su poesía completa de forma desgajada. El problema es la abundancia de textos, quizás haría falta publicaciones más selectivas.
-¿Y cree que se ha hecho justicia con Prados?
-Yo creo que sí. Solo que no es una obra que se pueda valorar en el momento porque es atemporal. Como decía él mismo: «La verdad se abre sola por sí misma», y a la larga esa verdad irá emergiendo. Sí que podría haber tenido más importancia. En su época no se le conocía porque no había publicado, a pesar de que fue él quien difundió la obra del 27, pero después sí se valoró. Incluso se han realizado varias tesis doctorales tanto en España como en Estados Unidos.
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