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CARLOS BENITO
Martes, 31 de mayo 2011, 03:21
Han pasado 40 años, pero el entrenador de atletismo Virgilio González Barbeitos todavía se acuerda de aquel día en el que uno de sus chicos, un cántabro fibroso y concienzudo, no pudo viajar con el resto del equipo porque tenía un examen en la Complutense. «Al final, el delegado del grupo se quedó en Madrid, esperándole, para después hacerle de chófer hasta Pamplona en cuanto acabase», relata. El estudiante responsable se llamaba Alfredo, de apellidos Pérez Rubalcaba, el hombre que estos días acaba de colocarse en los tacos para iniciar una nueva carrera dentro de su partido de siempre, el PSOE. El chófer se llamaba Jaime, de apellido Lissavetzky, y tiempo después sería secretario de Estado para el Deporte durante siete años, también con los socialistas. «Jaime no corría: era ese delegado ideal, encantador, al que le gusta el deporte cien por cien y que está siempre ahí, en las gradas, con los dorsales, animando... Alfredo era velocista. Y, si hubiese seguido, habría podido ser un gran velocista».
Ya se encargó de recordarlo Zapatero: nos hemos acostumbrado a verlo siempre con traje, corbata y un micrófono delante de las barbas, pero hablamos de un hombre que hizo los cien metros en 10,9 segundos cuando pertenecía al equipo de atletismo del Real Madrid. «Alguien que es un 'sprinter', capaz de haber corrido los cien metros en poco más de diez segundos, puede ganar unas elecciones en diez meses», ha dicho el presidente del Gobierno, entreverando tal vez lógica y deseo. Detrás de aquel Rubalcaba veloz y de muslo poderoso había un entrenador con fama de exigente, el gallego Virgilio González Barbeitos (Ponteareas, 1941), que tampoco puede evitar ocasionales paralelismos entre el atleta y el político: «Era muy bueno y estaba muy centrado, muy comprometido con todo lo que hacía: la política, los estudios de Química y el deporte. En el atletismo era velocista porque se le daba bien improvisar, lo mismo que ahora». A veces, cuando lo ve sorteando los cocodrilos de la política, Virgilio reconoce nítidamente a su antiguo pupilo: «Esa angustia que se tiene antes de una competición hay que aprender a tragarla y vivirla. Y yo ahora le veo así de suelto y relajado: le sale rápido y bien hacer las cosas con naturalidad. Le gusta estar siempre en competición. Ese es Alfredo».
Rajoy, directivo
Aquellos 10,9 segundos sobre pista de ceniza fueron una marca excelente. También corrió los doscientos en 22,4. Pero, al final, el joven Rubalcaba se vio obligado a elegir entre sus lealtades: «En el momento culminante, otras cosas interferían con el atletismo. La política, claro: justo antes de morir Franco, la Universidad española se había convertido en un hervidero. Es muy difícil, en esas condiciones, mantener la tensión de la competición a un nivel alto», plantea Virgilio, que, tras entrenarle durante siete años, mantuvo la relación de amistad con Rubalcaba a lo largo de unas cuantas cenas y cartas. «Sobre todo, cuando llegó a ministro de Educación, porque los deportes dependían de aquel ministerio. Pero, desde que lleva Interior, es imposible. Incluso las cenas de amigos de aquella época, que se reunían cada mes, no son factibles: las recuperarán cuando termine esta etapa». Al menos, Rubalcaba sigue corriendo cuando puede, ¿no? «Corre, pero poco. Porque no tiene tiempo, no porque no quiera». A Rajoy, en cambio, el preparador le ve «como directivo más que como deportista activo».
Virgilio, que regenta una clínica de fisioterapia en Vigo y sigue corriendo a diario, también tenía entre sus tareas la de ejercer de psicólogo, como todos los entrenadores. Así que conoce bien otro rasgo de Rubalcaba que puede tener relevancia en su presente, o más bien en su futuro a medio plazo: ¿era buen perdedor? «Hombre, le molestaba muchísimo, pero lo aceptaba todo. El deporte individual es así: hagas lo que hagas el fin de semana, el lunes es otro día. Si has ganado, la gente se va a olvidar y tendrás que volver a ganar. Si has perdido, la gente también se olvida y tendrás que intentar ganar».
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