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LA TRIBUNA

Arquitectura y educación

JOSÉ F. JIMÉNEZ TRUJILLO

Viernes, 6 de mayo 2011, 04:35

Decía Miguel Fisac: «La arquitectura es un trozo de aire humanizado». Si esta definición, tan poética como sincera, pudiera ser aplicable a cualquier espacio construido, cuánto más lo será a un centro dedicado a la educación de los jóvenes que allí, generación tras generación, se hacen adultos y se educan como ciudadanos. En esta tarea los planos diseñados por un arquitecto, la distribución de los espacios, los materiales, incluso el color de sus paredes tienen un particular sentido, unos valores que pueden ser explícitos o que se transmiten de acuerdo con el ideario que anima al centro educativo. En este sentido, la arquitectura nunca es inocente: el espacio también educa.

Málaga es una ciudad preocupada en las últimas décadas por la recuperación y puesta en valor de su patrimonio arquitectónico. No siempre a la velocidad que deseamos, nobles edificios de la ciudad emergen, diríamos que se hacen visibles, tras su rehabilitación. En el caso de los centros educativos el ejercicio cotidiano de su función nos impide fácilmente reparar en el singular valor patrimonial que ofrecen a la ciudad y en muchas ocasiones, obligados por las nuevas directrices educativas o por la necesidad de ampliar su capacidad, se desvirtúa un proyecto inicial de singular valor arquitectónico y educativo.

El caso del Instituto del Paseo de Martiricos, que ahora cumple 50 años, es en este aspecto paradigmático. La obra de Miguel Fisac, uno de los profesionales más prestigiosos del siglo XX, aún sorprende cuando se estudian los planos originales y su imagen en los años sesenta, tanto en el carácter innovador de su diseño arquitectónico, como en la actualidad de sus propuestas como centro educativo. Respecto de lo primero, su presencia como objeto de estudio en conocidas publicaciones de arte y arquitectura acredita su valor constructivo. Aún sorprende la solución dada a la antigua capilla, actual salón de actos, que además fue modelo de experimentación como 'espacio dinámico' para posteriores obras maestras de Fisac. Su adecuada conservación pudiera exigir una calificación arquitectónica conveniente que, además, despertase un interés con el que dejara de ser una desconocida en la ciudad.

Pero es que como centro educativo su oferta en la articulación de los espacios encajaba en aquellos años en una arquitectura de vanguardia. Hoy, cuando la estandarización ha sido un lugar común en los centros construidos, la originalidad del Instituto de Ntra. Sra. de la Victoria permanece como solución arquitectónica para el siglo XXI, y ello a pesar de que sucesivas ampliaciones han desvirtuado su imagen inicial. Sobre un amplísimo solar, el complejo educativo del que forma parte la actual Facultad de Enfermería se estructura en torno a módulos-tipo enlazados por galerías abiertas, con espacios educativos -biblioteca, gimnasio, aulas especializadas- de carácter independiente, zonas ajardinadas esenciales a la tarea educativa y un color blanco -hoy perdido- que era respetuoso con el clima y la ciudad donde se ubica. Se trata del 'nuevo' modelo constructivo que todavía hoy no pueden aplicar muchos centros, condicionados por el valor del metro cuadrado de superficie. Cincuenta años después tal vez sea difícil recuperar su diseño original de espacio siempre abierto, pero el tiempo transcurrido exige una adecuada rehabilitación para un centro que se ha hecho mayor en su desgaste, no en sus funciones.

No es un caso único. En el callejero de la ciudad encontramos ejemplos singulares para hacer el atractivo itinerario de una arquitectura para la educación. Solo a escasos metros del Instituto pasa casi desapercibido el Colegio de Educación Infantil Martiricos. De alguna manera tapado su edificio por ser el 'colegio del mapa', pocos reparan en su planta semicircular y en su arquitectura regionalista en que todo parece pequeño y lúdico, como queriendo estar acorde en su diseño con la función educativa que desempeña. Y un poco más céntrico, en el origen del Instituto de Martiricos está el noble edificio dieciochesco de la calle Gaona que mantiene sus puertas abiertas como centro educativo decano en la ciudad. La que fuera Casa de Estudios de los filipenses y la inmediata casa-palacio del Conde de Buenavista tal vez pudieron evitar la amenaza de la piqueta por su dedicación a la enseñanza pública desde 1846, pero su patio central bellamente ornamentado y las logias que asoman a lo que fuera jardín botánico de la ciudad merecen estar en el imaginario colectivo de esta ciudad.

Y es que Málaga tiene un rico patrimonio arquitectónico por dar a conocer, y aún por descubrir. También en el campo de la educación. Por eso, si algún lector repara en su camino hacia La Rosaleda o el rastro de los domingos en una extraña torre que tensiona su arquitectura, dígale a quien le acompañe que se trata de un excepcional ejemplo de la arquitectura para la educación en nuestro país y que, junto a un patrimonio documental y museístico muy valioso (véase el reportaje de SUR del 25 de abril), duerme el recuerdo de algunos genios y, sobre todo, la memoria de miles de malagueños que allí y en el antiguo y noble edificio de la calle Gaona se formaron y se siguen educando para construir nuestra ciudad. Una memoria y una arquitectura que debemos saber conservar y que, en el caso del Instituto de Martiricos, pide desde su singularidad y desde el ejercicio continuado de 50 años de labor docente esa necesaria rehabilitación. A fin de cuentas no es sino otro patrimonio histórico de la ciudad.

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