Bajo el puente

Antonio Díaz ya no vive debajo del puente. El inquilino de Jaboneros, el hombre que se instaló en los bajos del viaducto que separa El Palo de Pedregalejo, ha visto desaparecer en pocas horas la chabola ilegal en la que decidió cobijarse de la ruina. Hoy Antonio ya no es historia. O quizá, ya sí es historia para los medios de comunicación. Un juez puso fin a golpe de excavadora al último refugio pergeñado por este hombre venido a menos, como tantos otros damnificados por el golpe sin piedad de los escombros de la crisis.

Antonio Díaz se había construido su 'choza' burlándose del riesgo de dormir a merced de una crecida del arroyo o del ataque de cualquier desalmado. Quiso atenuar el peligro con una escollera que de poco hubiera servido de tener que enfrentarse a un torrencial enero como el del año pasado.

No creo, francamente, que fuese un inconsciente. Su relato en las páginas de SUR más bien reflejan a un hombre con nada que perder y, en consecuencia, sin nada que temer. Vivir 'a porta gayola' no tiene tanto mérito cuando ya quedan pocas tardes que lidiar en el tiempo que nos llega.

El hombre que fue portada de periódico y primer plano de las teles la semana pasada debe de andar ahora por las calles. Alejado del foco mediático, su vida se esfumó del primer plano el mismo día que las retroexcavadoras tumbaron el último chapón de la chabola. Hoy es un sin techo que debe de estar mascullando su próximo destino: un albergue, la madrugada al calor de un cajero -qué estampa más paradójica la de esos vagabundos al abrigo de las oficinas del dinero-, acaso la caridad de alguien cautivado por su drama retransmitido.

Hoy Antonio ya no está en blanco sobre negro. Pero su historia en blanco y negro es una metáfora sólida de tantos que viven debajo de nuestros puentes. Me acuerdo hoy de los versos de Pedro Guerra: «Y arriba del puente / las ocho con frío / lo tuyo es lo tuyo / lo mío es lo mío». Suerte, amigo.