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Karim S. es belga y llegó a Málaga hace doce años tras fallecer su esposa de cáncer. :: SALVADOR SALAS
«Soy un 'sin techo' del siglo XXI»
MÁLAGA

«Soy un 'sin techo' del siglo XXI»

El alcohol dejó en la calle a Karim, que ha dormido en la playa y bajo un puente antes de llegar al albergue de la capital

M. ÁNGELES GONZÁLEZ maguisado@diariosur.es

Viernes, 26 de noviembre 2010, 10:54

Coge el bastón con elegancia y la chaqueta, perfectamente planchada, el chaleco a juego y la camisa negra le sientan realmente bien. Se nota que es un hombre con estilo. A simple vista, y tras conversar con un rato con él, nadie pensaría que Karim S. es uno de los más de trescientos 'sin techo' que viven actualmente en Málaga... hasta que cuenta su trayectoria. Llegó a la capital hace más de doce años y, como él mismo dice, ha pasado más tiempo en la calle que entre cuatro paredes. Pero no es el típico vagabundo desharrapado y maloliente. «Siempre me ha gustado ir aseado, afeitado y bien vestido, no soporto que la gente me mire mal por la calle», explica este belga de 42 años que se define como «el 'sin techo' del sigo XXI». «Es cuestión de buscarse la vida: esta chaqueta la encontré en la basura, el pantalón es de un hombre fallecido y el chaleco es regalo del albergue. Todo es reciclado», aclara.

Antes de entrar en el Centro Municipal de Acogida, donde está hoy día, durmió en la playa de San Andrés -sobre la arena entre dos barcas y en una tienda de campaña después-, y bajo un puente en un tiempo que pasó en Alicante. También ha observado las estrellas desde un banco o un portal, en muchas ocasiones acompañado por el alcohol, que durante mucho tiempo «fue mi amante».

En Bélgica «lo tenía todo»: mujer, dos hijos, una empresa propia y un trabajo como vigilante de seguridad. Pero el fallecimiento de su esposa a los 33 años, de cáncer, «me volvió loco». «Se me cruzaron los cables, y después de intentar quitarme la vida varias veces, lo dejé todo y me fui», recuerda. Sus hijos también se quedaron allí, a cargo de su padrino. Quizás eso fue lo más doloroso: «En esos momentos solo pensaba en mí».

Era el año 1998. Le robaron el pasaporte y tuvo que quedarse en Málaga, aunque un tiempo después volvió a su país, pero «eran demasiados recuerdos, no podía estar allí». Regresó de nuevo a la capital malagueña y la playa de San Andrés se convirtió en su hogar, hasta que consiguió un trabajo como limpiacoches en una superficie comercial, que le permitió alquilar una habitación. Gracias a los cuatro idiomas que hablaba en aquel momento -francés, flamenco, inglés y árabe-, un empresario lo contrató como camarero en su restaurante de Benalmádena. «Fue la época dorada», cuenta en un perfecto español.

Pero su 'buena racha' estaba a punto de acabarse. Unos amigos le ayudaron a montar su propio bar en Torremolinos y «ahí empezó la pesadilla». Llegó en forma de botella. «No sé cuándo empecé a ser alcohólico, pero en España me di cuenta de que era una adicción», reconoce. Pero fue caída en las drogas lo que verdaderamente le asustó. «Cerré el bar y me fui a Alicante huyendo de la cocaína, pero allá donde iba me seguía la bebida, perdí varios trabajos en la hostelería y acabé durmiendo debajo de un puente, no tenía nada por lo que luchar», reconoce.

Sus pilares

Esto cambió cuando conoció a Begoña, que llegó a la ciudad valenciana huyendo de las amenazas de muerte de su pareja. «Yo estaba en el banco de un parque con un cartón de vino al lado, se acercó y me besó», dice Karim con una sonrisa. Sus primeras palabras fueron: «Soy alcohólico». Tal vez su sinceridad fue lo que le cautivó. El caso es que llevan unos cinco años juntos y ella se ha convertido en la fuerza que le anima a seguir adelante. Desde el principio fue así, tanto que Begoña no dudó en salir del centro de acogida para mujeres en el que residía y 'mudarse' al puente. «Tenía que irme con él, no podía dejarlo solo con su amante, la botella», cuenta ella.

«Le pedí que me comprara una camisa blanca y un pantalón negro y a los dos días de conocerla ya estaba trabajando en un restaurante», relata Karim. Un amigo le llamó desde Málaga y le animó a volver asegurándole que había trabajo para él. Pero no fue así y tuvieron que irse al albergue municipal. Encontró algunos trabajos pero los perdió por su dependencia del alcohol y, avergonzado, dejó el Centro de Acogida Municipal y regresaron a su primer 'hogar', la playa de San Andrés.

Un tropezón durante una borrachera le partió una pierna y le obligó a ir en silla de ruedas un tiempo. Hoy todavía tiene secuelas y debe usar bastón. Volvió a pedir ayuda al albergue, donde lo acogieron con el compromiso de iniciar una terapia para superar su adicción. Así lo hizo y desde hace unos meses no prueba la bebida gracias al apoyo de la asociación Área y de su asistenta social, «que es mi ángel de la guarda». Esta mujer, su pareja y los miembros de la Asociación Arrabal, en la que se está formando y buscando trabajo, son sus pilares para no volver a caer. Con empeño y ayuda, Karim está dispuesto a dejar la calle. «En un año me veo con mi mujercita en nuestra casita», dice ilusionado. Eso sí, lanza una advertencia: «Esto puede pasarle a cualquiera, la vida da muchas vueltas».

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