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M. ÁNGELES GONZÁLEZ maguisado@diariosur.es
Domingo, 14 de noviembre 2010, 10:58
El próximo 28 de noviembre está marcado en rojo en los calendarios de los catalanes. Ese día están llamados a las urnas para decidir quién gobierna en su comunidad los próximos cuatro años. Pero no solo los nacidos en Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona tienen la última palabra. Miles de malagueños que residen en esas provincias también participarán en la elección del nuevo presidente de la Generalitat. En total, están empadronados en Cataluña 61.012 nacidos en Málaga, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) referidos a enero de este año, lo que supone más de un tercio de los malagueños que residen en España fuera de la provincia.
En su mayoría llegaron a Cataluña en las décadas de los años 50 y 60, fruto de una emigración rural masiva en busca de una oportunidad laboral en zonas industrializadas, como explica Carmen Ocaña, catedrática de Geografía Humana y directora de dicho departamento de la Universidad de Málaga. Aunque en menores cantidades, este 'transvase' ha continuado y cada año son centenares los malagueños que deciden hacer las maletas rumbo a la tierra de las sardanas y el 'pan tumaca', fundamentalmente también por motivos laborales. En 2009 fueron 1.572.
Pero este flujo no es de sentido único. Aunque no en la misma proporción, Málaga también cuenta entre su población con varios miles de catalanes, 17.261, de los que más de 13.700 proceden de Barcelona. El pasado año llegaron a la provincia andaluza 1.341, aunque en este caso, a las motivaciones laborales se une el regreso de malagueños que en su día emigraron y que deciden volver a su tierra junto a sus descendientes, nacidos en Cataluña.
Todos al mismo municipio
Lleva más de cincuenta años viviendo en Barcelona, pero no ha perdido el acento malagueño. Llegó a Sant Boi de Llobregat en 1964 «en busca de un nuevo horizonte». «En Coín los trabajos eran muy duros, tanto en el campo como en la construcción y mi hermano y mis padres ya vivían en Sant Boi, así que me fui», recuerda Diego Rodríguez, uno de los miles de coínos que emigraron hacia Cataluña en los años 60, casi todos al mismo municipio. Allí encontró trabajo en una fábrica metalúrgica, en la que ha estado empleado durante 35 años. Hoy, con 78, ya jubilado, padre y abuelo, asegura estar muy a gusto en Sant Boi, entre paisanos y catalanes. «Lo único que no me gusta son los fanatismos», dice. Eso y el fomento de la lengua catalana en detrimento del castellano. «En tiempos de Franco no se podía hablar en catalán públicamente y ahora en los colegios solo se da una hora de castellano a la semana y muchos empresarios tienen problemas con los rótulos de sus negocios», critica.
Ante la pregunta de si el catalán es hoy en día una barrera para encontrar un puesto de trabajo, es rotundo: «La persona que quiera trabajar cara al público, en el comercio o en oficinas, tiene que saber catalán». Él, por su parte, habla la lengua de Cervantes tanto en su casa como en la calle. Y es que, según dice, existe una imagen errónea de Cataluña y sus habitantes fuera de la comunidad: «El catalán es muy amable y muy correcto y si le hablas en castellano te responde en castellano». «Cuando estoy en Andalucía y hablan mal de Cataluña me duele, y al contrario también», afirma.
Lo que más echa de menos de su tierra, que visita muy a menudo son «las fiestas, las costumbres, el pescaíto, el vinito fresquito y el tinto de verano». «Aquí todo es distinto, todo el mundo va corriendo y no tienen tiempo para nada, pero Cataluña no es solo el Barça y CiU, como se piensa». Lo de 'la pela es la pela', según Diego, no es solo un tópico. «A algunos hay que achucharles para que se suelten el bolsillo», bromea.
El importante número de malagueños que residen en Cataluña ha motivado la creación de asociaciones para que los paisanos puedan reunirse y mantener vivas sus raíces. Una de ellas es la Casa de Málaga en Santa Coloma de Gramenet, que cuenta actualmente con medio centenar de socios, de Antequera, Mollina, Nerja y otros municipios de la provincia, en la que disfrutan de cante flamenco, fiestas populares y otras actividades culturales. Su vicepresidente, Antonio Castillo, oriundo de Valle de Abdalajís, llegó a la ciudad de Barcelona hace 45 años huyendo del seminario y montó una empresa en el sector del taxi. Su mujer es paisana suya, pero curiosamente no la conoció en Málaga. «Fue en una verbena en la Plaza de España», rememora. Hoy tienen dos hijos y un nieto y afirma que se han integrado «muy bien» y ni se plantea volver a Andalucía, a pesar de que en Barcelona «hay más estrés». «A mí me ha ido de maravilla», recalca. Sobre el perfil del malagueño residente en Cataluña, señala que hay de todo: empresarios, funcionarios, albañiles o mecánicos, y son pocos los que deciden regresar.
Afirma que le interesa la política y que su mayor preocupación es la imposición del catalán. «Yo hablo siempre castellano y nunca he tenido problemas», asegura.
En Gerona existe otro lugar de encuentro de malagueños. En este caso se trata de la Casa de Ardales, ubicada en el municipio de Blanes, a donde emigraron numerosos ardaleños a mediados del siglo XX. «Ahora debemos quedar unos 400 paisanos aquí», apunta Salvador Gutiérrez, secretario de la Casa, que recuerda que hubo un tiempo en el que la mitad de la Policía Local de Blanes estaba compuesta por ardaleños. Él llegó con sus padres en 1961 cuando solo tenía 13 años. Se colocó en una pastelería y terminó creando su propia cadena, con 23 establecimientos repartidos por la zona y 145 trabajadores. Hasta que en 2008 le compraron el negocio y se embarcó en la promoción inmobiliaria. «Nunca me he planteado volver a a Ardales, porque yo me considero de Blanes, aunque no quiere decir que reniegue de mi pueblo», señala. No en vano, vuelve unas tres veces al año a su tierra y a menudo organizan viajes a Ardales con malagueños y catalanes, así como intercambios escolares entre los dos municipios.
Sobre la lengua, asegura que «no hay ningún problema, se lo inventa la gente», y también niega que los catalanes sean tacaños.
Al margen de estas migraciones históricas, numerosas personas siguen haciendo las maletas cada año con destino a Cataluña, fundamentalmente a Barcelona. Inmaculada Domínguez es una de ellas. Tiene 29 años y lleva seis viviendo en la Ciudad Condal, donde trabaja como visitadora médica. Tuvo la posibilidad de trabajar en Málaga, pero prefirió irse a tierras catalanas. «Creí que en Barcelona tendría más oportunidades laborales y me gustan las ciudades grandes», apunta esta malagueña, que asegura que la lengua no es un problema para encontrar trabajo, aunque opina que cada ciudadano tendría que tener derecho a elegir si sus hijos estudian en catalán o en castellano.
Cristina García también vive en Barcelona desde hace nueve años. Esta traductora también se fue por motivos laborales y, aunque dice que «siempre existe el planteamiento de volver», ahora no es el momento. «Echo en falta el carácter de los andaluces y su espontaneidad, pero los catalanes son más respetuosos por la intimidad de la gente», apunta.
Málaga como destino
Málaga no es solo punto de partida. También es el destino de numerosos catalanes como José Manuel Montero, presidente de la Casa de Cataluña en Málaga, que aunque se fundó hace cuatro años en Torremolinos, está iniciando ahora su actividad. Este diseñador catalán, natural de Barcelona, vive desde 1997 en Málaga con su mujer, de León, y sus dos hijos, catalanes. Llegó a Coín tras aceptar la oferta laboral de una multinacional del sector ecológico, y después se mudó a Torremolinos, donde en la actualidad edita una revista. «En Barcelona trabajaba mucho, incluso sábados y domingos, y llevaban mucho tiempo interesados en mí, y al final acepté», comenta Montero, que reconoce que, aunque se ha integrado muy bien en Málaga, «siempre se echa de menos la tierra, sobre todo la Sagrada Familia, el Barrio Gótico, los sitios por los que paseaba con mi mujer...».
Aunque hay quien le ha dicho «barbaridades» por el simple hecho de ser catalán, afirma que en Málaga no ha tenido ningún problema de adaptación porque «el carácter mediterráneo no tiene fronteras». No obstante, admite que existen diferencias entre malagueños y catalanes, «pero siempre hay puntos de conexión». «El malagueño tiene un sentido del trabajo y una filosofía de la vida diferente y aquí el ambiente es muchísimo más relajado», dice este barcelonés de 62 años que afirma que en Málaga ha recobrado las relaciones «con gente sencilla». «Vivir en grandes ciudades es muy frío, aquí la gente es mucho más comunicativa, sabe disfrutar más de la vida, aunque eso también hace que a veces se despreocupe de cosas importantes», apunta.
Sobre las elecciones en Cataluña, aunque dice estar al día, afirma que le preocupa más la política del sitio en el que vive ahora, «que es la que me afecta».
Al borde casi de la desesperación, María Asunción González hizo las maletas y se fue a finales del mes pasado a San Pedro Alcántara, donde ha abierto el bar 'Vega del Mar' junto a su cuñada. En Barcelona las cosas le iban bastante mal, con su marido en paro y con unas dolencias que empeoraban con la humedad del clima, así que este matrimonio catalán y su hija pequeña, de once años, han empezado «una nueva vida» en Málaga. «Aquí hay otra calidad de vida, más tranquilidad. Además, mi madre es de Granada y Andalucía siempre me ha tirado mucho y montar un negocio en Barcelona es más costoso», apunta María Asunción, malagueña de adopción... y de corazón.
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