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LUIS RAMÍREZ BENÉYTEZ
Sábado, 11 de septiembre 2010, 03:34
La noticia aparecida en los medios de un nuevo libro sobre la creación, obra del científico inglés Stephen Hawking , ha provocado que el tema 'Dios' sea causa de preguntarse y preguntarnos sobre su existencia, cosa que nunca deja de ocupar el pensamiento humano y que se nos ha planteado hasta tomándonos el café en el bar.
Sin conocer el texto de Hawking y sólo por las breves notas y comentarios de la prensa, sería una ligereza emitir un juicio sobre la obra, pero lo que sí podemos y debemos hacer, es sentar unos principios básicos que nos centren y nos ayuden a enfocar acertadamente el tema.
La Ciencia.- El problema se suele presentar en el sentido de que la ciencia no necesita a Dios; es más, que el progreso de la ciencia es la mejor prueba de que Dios no existe, porque la ciencia se basta a sí misma para explicar los fenómenos y en ellos no aparece nunca un Dios creador. ¡Pues claro que no! Si en la investigación científica, en el análisis matemático o en el laboratorio, apareciese como necesario "Dios", entonces ese "dios" no sería Dios, sería un dato más, un componente más de la realidad física. Por eso la ciencia nunca podrá demostrar, ni en el análisis matemático ni el laboratorio, la presencia de Dios, porque Dios no es un dato más de la realidad material. La ciencia tiene sólo su camino en el "cómo son las cosas" de la realidad material, y no se le puede pedir más ni debe atreverse a decir más.
La Razón.- Pero la razón, elevándose sobre la concatenación de las causas, se pregunta sobre un tema que trasciende la realidad material, y ese tema es la pregunta de "qué es ser". Porque los fenómenos aparecen y desaparecen y siempre dejan la pregunta, de qué es el ser de las cosas y si esta cadena de causas y fenómenos se basta a sí misma para ser y seguir siendo.
El griego Heráclito, ante el río que ve hoy, ve el ser del río, pero un río que ya no es el de ayer. La pregunta de la razón es si pueden ser las cosas como ese fluir del río que ya no es el de ayer, si pueden existir los fenómenos, la concatenación de causas, sin tener una causa primera que lo sea en sí misma. Los griegos, Aristóteles con su razón, llega a la necesidad de una causa primera. Nos hemos criado en el tomismo aristotélico, en la confluencia de la razón y la fe en lo que llaman 'las vías' de Tomas de Aquino. Los creyentes, tenemos el apoyo de la razón para nuestra fe. Pero eso no es todo.
La Revelación.- Una realidad histórica, documentada, que nos hace pensar, es el hecho de que una cultura tan insignificante como es el puñado de nómadas que forman el pueblo de Israel, defienda tan celosísimamente la existencia y la trascendencia de Dios, presente en cada brizna de ser, pero absolutamente 'otro', inasible, irrepresentable con imágenes. Su presencia se manifiesta como nube presente hasta en lo más intimo, pero que no se ve. ¿Quién le ha enseñado a Abraham, Isaac, Jacob, Israel como pueblo, a creer en ese Dios? Cuando Moisés, en la aparición de la zarza ardiendo, le pregunta a Dios por su nombre, que es tanto como atreverse a preguntarle por su ser, en el texto del Éxodo se le responde: «Yo Soy el que Soy».
Benedicto XVI, en su encíclica sobre el amor de Dios (nº 91), nos dice: «El Dios de Aristóteles, en la cumbre de la filosofía griega, es objeto de deseo y amor por parte de todo ser, pero él mismo no necesita de nada y no ama, sólo es amado». El Dios de la filosofía no nos basta, porque nuestro Dios es el Dios de Israel, que ama y es amado. Así el creyente mantiene con su Dios un diálogo profundo de amor y confianza en los maravillosos salmos del salterio judío.
«Yo soy el camino».- Pablo de Tarso en el areópago de Atenas, ante aquellos que, aunque ya decadentes, representan la cultura, habla de un Dios único creador de todo, ese 'Dios desconocido' al que los propios griegos han levantado un altar y que no puede confundirse con los ídolos que adoran los paganos. Lo escuchan con una cierta atención, pero cuando les dice que «Dios da lugar a que todos se arrepientan y va a juzgar al mundo por medio de un hombre resucitado de entre los muertos», (Hechos 17.31), los atenienses sueltan la carcajada y lo despiden diciéndole: «Otro día nos lo acabas de contar». Imposible acuerdo: Estamos en el ámbito de la fe, del amor y de la fe, que rebasa el conocimiento científico y la razón: Cristo resucitado.
Agustín de Hipona, sin duda una de las mentes más preclaras que ha dado la humanidad, en su apasionada búsqueda de la verdad y el bien, dice que ha visto «una luz completamente distinta en lo más alto: ella fue quien me hizo y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. ¡Oh eterna verdad, tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche!... Pero me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti. Y yo buscaba el camino para adquirir el vigor que me hiciera capaz de gozar de ti y no lo encontraba hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombre que me llamaba y me decía Yo soy el camino de la verdad y la vida». (Confesiones, 7).
Un salto en el vacío: superar la experiencia física de la ciencia, e incluso lo razonable de la filosofía, deja el tema de Dios en el ámbito de la libertad y del amor. En la libertad de elegir a Dios y su mediador, Jesús de Nazaret, 'camino, verdad y vida', es en donde pasamos de la sola razón al profundo amor. Porque la fe y el amor del creyente es un salto en el vacío. pero con la seguridad de que te acogen las manos del Padre.
Y ahora puede usted decir: «Pues yo no creo». Y el creyente le puede responder: «Usted se lo pierde».
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