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HAN COLABORADO: HÉCTOR BARBOTTA, JUAN CANO Y CRISTINA GONZÁLEZ cgonzalez@diariosur.es
Jueves, 5 de agosto 2010, 13:20
Un huracán de nombre Michelle, Michelle Obama para más señas, puso ayer patas arriba la Costa del Sol. Fue sacar un pie del hotel Villa Padierna de Benahavís, donde se aloja con su hija Sasha, de nueve años, y un grupo de amigos, para asomar por el casco antiguo a última hora de la tarde y causar un revuelo que hacía años que no se vivía por Marbella. De todos los puntos del globo terráqueo que la primera dama estadounidense puede elegir para pasar unos días de vacaciones, la mujer del presidente de los Estados Unidos decidió ayer desembarcar con su fornido y nutrido equipo de seguridad de la Casa Blanca y con un Boeing de dimensiones descomunales en Málaga, que recibió con los brazos abiertos y con una marabunta de flashes a una turista de diez.
El zafarrancho comenzó bien temprano. Tanto, que a las seis de la mañana los efectivos de la Guardia Civil, cuando apenas asomaba el sol por la sierra, seguían peinando las arquetas y las alcantarillas de los alrededores del establecimiento de cinco estrellas gran lujo para blindar su estancia, que se prolongará hasta el domingo y que ha convertido Marbella y sus municipios limítrofes en foco de interés internacional. A más de sesenta kilómetros de allí, ya había preparado otro despliegue inusual en el aeropuerto de Málaga. Agentes apostados en las salidas de las autovías dejaban claro que no era un día cualquiera en el aeródromo. Ni mucho menos.
Un Boeing de las fuerzas aéreas -Air Force Two con matrícula 90004- en el que se leía con letras azules 'United States of America' tomaba pista a las diez y media de la mañana, cerca del pabellón de autoridades. Después de diez días de noticias sobre su periplo por Málaga y sobre el hotel elegido para pasar sus días de asueto, la familia Obama, al menos Michelle y su hija menor, ya habían llegado a su destino. Vestida con ropa oscura, con un bolso colgado del brazo y unos pendientes de brillantes, la primera dama de EE UU descendía junto a su hija las escaleras del avión, rodeada de fuertes medidas de seguridad que no impidieron captar las primeras y esperadas instantáneas de las ilustres visitantes, que en pocos minutos estaban dando la vuelta al mundo. Cosas del destino, o más bien de la meteorología, la Costa del Sol le daba la bienvenida con un cielo encapotado que afortunadamente se fue despejando con el paso de las horas. Entre las nubes, un helicóptero del Cuerpo Nacional de Policía vigilaba al milímetro los movimientos la familia del presidente estadounidense, al igual que lo siguió haciendo el resto de la jornada en relevo constante con otro de la Guardia Civil.
Diez minutos después de que el flamante avión se posara cerca de la T1, las Fuerzas de Seguridad dieron la orden de cortar la carretera. Los agentes apostados en la MA-21 y en la rotonda del aeropuerto paralizaron el tráfico para dejar paso al convoy de coches oficiales que recogió a la primera dama y a su comitiva a pie de pista y que se hizo esperar unos minutos. En total, doce vehículos camuflados y monovolúmenes con los cristales tintados que empezaron a desfilar rumbo a Benahavís primero por la MA-21, luego por la autovía A-7 y finalmente por la autopista AP-7, donde un día antes los servicios de seguridad de la Casa Blanca ya habían hecho un simulacro por si había algún problema. Todo fue según lo previsto, sin inconvenientes.
En algunos tramos de su viaje entre el aeropuerto y el hotel gestionado por la exclusiva cadena Ritz Carlton la caravana no multicolor, como la de las competiciones ciclistas, sino más bien monocromática en tonalidades oscuras, fue recibida a su paso como cuando los ciclistas coronan el Tourmalet en el Tour de Francia. Señoras apostadas en los pasos elevados por la autovía que saludaban sin descanso a los ocupantes, sin poder distinguir quién era quién. Era lo de menos. Lo importante era ver pasar a la larga comitiva escoltada por la Guardia Civil que en algunos momentos puntuales causó retenciones de tráfico a lo largo de su trayecto. Un viaje privado sí, pero no por ello discreto.
Como una exhalación
A pie de carretera, ya en las inmediaciones del Villa Padierna, también fue imposible adivinar en qué coches viajaban Michelle y su hija. Su paso por la entrada, este sí, fue como el de los americanos que cruzaron como una exhalación por Villar del Río en la mítica película 'Bienvenido, Míster Marshall', aunque afortunadamente no dejaban de largo Benahavís, solo al enjambre de periodistas. «Va en el tercero», decía uno. «Pues yo creo que era la del sexto», apostaba otro. Los únicos ocupantes visibles, los de los asientos delanteros, llevaban 'pinganillos' en sus orejas. Agentes del servicio secreto. Blanco en botella. Los asientos traseros de los Chevrolets blindados se resguardaban tras los cristales tintados, que dejaron intuir la figura de Michelle o de Sasha con más imaginación que certeza. Más de un centenar de periodistas de medios locales, provinciales, nacionales e internacionales buscaban la mejor fotografía, las mejores imágenes, pero apenas pudieron captar el paso fugaz en treinta segundos de catorce vehículos, Guardia Civil incluida.
El destino era directamente el aparcamiento subterráneo del establecimiento, donde tienen ocupadas 60 habitaciones -entre ellas las del amplio servicio de seguridad- más la villa bautizada como roja por el color de sus paredes; una de las más alejadas de las once casas que se encuentran exentas de los dos edificios principales y que, entre otras comodidades, cuenta con una piscina privada y cuatro plantas donde se alojan Michelle y su hija Sasha. Decorada en estilo inglés rojo y verde, cuestan una media de cinco mil euros por noche.
«Se ha mostrado encantadora y nos ha dicho que estaba muy contenta de estar en el hotel», explicó Ricardo Arranz, propietario del establecimiento, que no paró de atender entrevistas en directo. Él y su mujer, Alicia Villapadierna, fueron los únicos en recibir a la primera dama y a su pequeña. Era su deseo. No querían recepciones oficiales con autoridades ni parafernalias. Sólo descansar y relajarse, sin más florituras. Les comentó que estaba deseando conocer las instalaciones del hotel y los jardines, del que había tenido muy buenas referencias. Tan buenas como para decantarse por él entre un abanico de destinos infinito.
Lo que hicieron a partir de ahí fue 'top secret'. Con cuentagotas algunas personas que iban saliendo del establecimiento iban dando pinceladas del desembarco. «Llevaban un coche entero lleno de maletas», comentaba una joven que volvía carretera arriba con el único consuelo de haberse hecho una fotografía con uno de los guardaespaldas. «Estos llevan maletas como para un año», añadía sin disimular su pelusilla.
Entre los curiosos y los periodistas no paraban de entrecruzarse patrullas de la Guardia Civil de todo corte. Un centenar de agentes del grupo rural de la Benemérita, otro equipo de subsuelo encargado de revisar el alcantarillado, buceadores apostados tanto en una lancha patrulla en la costa como rastreando los lagos de los tres campos de golf que rodean al complejo y un helicóptero permanentemente posado en el helipuerto, amén de los francotiradores apostados de manera discreta pero repartidos por los sitios más estratégicos.
Agenda completa
Todo para garantizar el descanso de la primera dama que, de momento, parece que tiene una agenda de lo más completa o por lo menos un abanico de opciones a todo lujo. De lo primero que disfrutaron fue de los fogones del Villa Padierna. Su restaurante La Veranda luce la distinción a la mejor cocina de un hotel malagueño y está capitaneado por el chef Víctor Taborda, discípulo de Martín Berasategui, que seguro que se adaptó en el almuerzo a la alimentación saludable que promulga la primera dama y que inculca a sus hijas desde pequeñas.
No es el único capricho que puede darse entre las paredes de este palacete inspirado en la región italiana de la Toscana que domina una loma en Benahavís. El hotel, el mejor del España y el número 28 del mundo según el buscador Expedia, cuenta con tres campos de golf, un spa de dos mil metros cuadrados con ocho baños de vapor aromático y doce salas de tratamiento, tres restaurantes e incluso un anfiteatro romano con capacidad para 400 personas, algo inédito entre los hoteles de la Costa del Sol y que se ubica precisamente a escasos metros de la villa donde se alojan Michelle y Sasha.
A buen seguro que ambas tuvieron un recuerdo muy especial y algún contacto telefónico con el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, que ayer celebraba sus 49 cumpleaños en Chicago con el deseo de que al final asome por la Costa del Sol para pasar aunque sea unas horas con su familia. El regalo, de momento, se lo ha llevado Marbella, Málaga y, por extensión Andalucía. El impacto de las vacaciones de Michelle Obama ha sido valorado en unos 800 millones de euros. Cada paso es retransmitido en directo por medio mundo. También la visita que realizó al caer la tarde al casco antiguo de Marbella. Como una turista más.
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