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AMANDA SALAZAR
Lunes, 24 de mayo 2010, 10:27
No puede creer que su hijo haya hecho algo malo. Mira la foto de su vástago de 22 años, Jorge Martín, y repite una y otra vez que nunca se metió en problemas y que aprendió desde muy joven que tenía que trabajar duro en la vida. Ahora, él lleva dos años preso en Cuba por un delito que dice no haber cometido y por el que le han condenado a quince años. Mientras, su madre, María José Fernández, recibe impotente cada semana las noticias de las dificultades que está pasando en la cárcel de La Condesa, en La Habana. Sin medicinas, sin apenas alimentos, en unas condiciones de higiene deplorables, sólo puede implorar a su madre que desde Málaga le ayude a conseguir su traslado a España cuanto antes.
«Se me rompe el alma cuando escucho las dificultades que está pasando allí», dice María José antes de empezar a relatar la historia del periplo de su hijo, que dejó en Málaga a su novia embarazada de meses y que no ha llegado a conocer a su hija. «Le engañaron», afirma. Según explica, su hijo le contó un día que un antiguo jefe le había propuesto hacer un viaje a Santo Domingo. «Le dijo que tenía los billetes comprados de las vacaciones, pero que había discutido con su esposa y que no quería desperdiciarlos, así que le invitaba con todos los gastos pagados», afirma.
Un mes sin noticias
Se marchó, pero el día que tenía que volver, no dio señales de vida. Y a ese día le siguió otro. No sabíamos a quién preguntar, no teníamos ningún teléfono y él no cogía su móvil. Acudieron a la policía y estuvieron un mes sin noticias del joven. Una madrugada, por fin pudo llamar. Les contó que le habían detenido por tráfico de estupefacientes en el aeropuerto de La Habana. Encontraron cocaína en el bote del champú de su maleta. Pero Jorge dice que fue su antiguo jefe el que lo puso allí y que le utilizó como tapadera para pasar una cantidad de droga mayor.
Ésa es su versión, pero verdad o no lo cierto es que en el proceso judicial no se le dieron muchas oportunidades para poder defenderse. «Su abogado de oficio habló con él cinco minutos antes de que el juez lo viese y el proceso no duró más de quince minutos», indica María José. Durante meses, Jorge no quiso declararse culpable, a pesar de que era una condición indispensable para tramitar su traslado a España. Ahora, sólo quiere estar más cerca de su familia, pero la gestión burocrática es lenta. «He llamado mil veces a Asuntos Exteriores pero me dicen que estas cosas pueden tardar años», explica.
Está encarcelado, pero es su familia desde Málaga la que le mantiene. «Con las dificultades económicas que tengo aquí, no puedo mandar más de cien euros al mes; muchas veces me llaman desde la embajada española en Cuba para pedirme otro giro porque no le llega y sin dinero no puede comer», dice.
Camiseta
María José tampoco puede pagar a un buen abogado que le asesore en este proceso. Lo que empujó a María José a hacer pública la situación de su hijo a través de este periódico fue el hecho de el joven fue castigado hace poco con quince días de calabozo por ponerse una camiseta a favor de los derechos humanos.
«No pude hablar con él y tuve que buscar a familiares de otros presos para que averiguasen lo que había pasado», indica. Estuvo quince días en una celda húmeda y con un colchón en el suelo como única comodidad. «Él dice que prefiere estar en el calabozo que seguir callándose y que va a luchar por sus derechos; me da miedo que pueda pasarle algo», señala.
Según datos del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, en marzo de 2009 había nueve presos españoles en Cuba, de los que siete cumplían condenas por tráfico de estupefacientes. «La Condesa es la prisión para los extranjeros que se ven atrapados en el laberinto penal cubano», escriben sobre esta antigua cárcel militar en la página web de la Asociación Pro Libertad de Prensa de Cuba. Son los grandes desconocidos del sistema penitenciario cubano. Los extranjeros, aunque suponen un porcentaje mínimo, permanecen invisibles mientras nos llegan noticias sobre los encarcelados cubanos. En el caso de Jorge, la falta de un sistema judicial garantista impide conocer si su condena ha sido justa. Al menos le queda la esperanza de cumplirla algún día más cerca de los suyos.
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