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José Luis Pérez Canca, jugador retirado de balonmano. El estudiante que llegó a la selección
FOTOMATÓN

José Luis Pérez Canca, jugador retirado de balonmano. El estudiante que llegó a la selección

POR MANOLO FADÓN. FOTOS: SALVADOR SALAS

Sábado, 22 de mayo 2010, 04:44

La historia de José Luis Pérez Canca ha estado marcada por el balonmano... hasta ahora. Pepelu, como es conocido por los amigos, ha decidido que ha llegado el momento de dejarlo y tratar de hacerse un hueco como ingeniero en telecomunicaciones, que para eso ha estudiado la carrera, y, sobre todo, afrontar el papel de padre de una niña que llegará en un par de meses. Claro, que cuando descendió Maristas de la Liga Asobal rechazó una primera oferta para irse a León y decidió seguir un año aquí jugando, pero centrado en los estudios y sin mucha idea de que fuera a dedicarse a ello. Después llegaron 14 temporadas en la máxima categoría, una treintena de partidos oficiales con la selección, una Copa del Rey, una Copa Asobal y tres Recopas, «y porque tuve mala suerte con el Barcelona. Me he comido al equipo más potente de toda la historia», lamenta.

José Luis comenzó sus años escolares en el colegio El Atabal. Allí se cruzó en su camino un profesor de Educación Física amante del balonmano, Pancho, quien acabó llevándolo a jugar en Maristas, curiosamente el año que entraron sus dos hermanos en el colegio mientras él tuvo que esperar uno más y entraría para estudiar séptimo de EGB. A partir de ahí, el balonmano pasó a ser su deporte, «ya que antes practicaba todo lo que se me ponía a mano», e incluso llegó a realizar unas pruebas para entrar en el Málaga de fútbol. «Me dijeron de ir, pero todos los amiguetes estaban en Maristas, y como me gustaba todo, elegí el balonmano», cosa de la que no se arrepiente, aunque alguna vez se pregunta qué habría sido de él si hubiera logrado lo mismo en el deporte rey. «Estaría forrado de pasta hasta las orejas. Pero mejor así. Si no, a lo mejor no hubiera hecho una carrera», se responde.

Y es que nunca olvidó los estudios, que llevaba bastante bien. «Creo que por eso me dejaron continuar en el balonmano y seguir haciendo deporte. Teníamos muy claro qué era lo primero». En eso fue a dar a un sitio donde se miraba mucho la formación, como demuestra el hecho de que la casi totalidad de sus compañeros de equipo estudiaron una carrera.

Su trayectoria fue aumentando en una de las mejores generaciones del balonmano malagueño que tuvo como líder a Antonio Carlos Ortega, el que ha sido su último entrenador. Al tiempo que comienza la carrera llega al primer equipo en la Liga Asobal, donde va cogiendo experiencia en un equipo de colegio que competía con aquellos que poco antes eran sus ídolos. Hasta que la escasez económica no dio más de sí, jugadores importantes se fueron, el equipo bajó y se acabó la historia del Maristas. Él seguiría un año más en el Ivesur, lo que le serviría para dar un empujón casi definitivo a la carrera.

Y le llegó el día de tomar la decisión que cambió su vida. Lo había aplazado, pero en la campaña 96-97, y tras pensarlo mucho, acepta el reto de irse al Ademar de León, «creo que porque tenía la carrera medio aprobada, que si no...». En principio sólo aceptó un año para ver cómo lo asumía. Tuvo suerte, «coincidí con un buen grupo humano que llegaba prácticamente igual que yo», y todo fue sobre ruedas. Tanto, como que le llegó ese mismo año la llamada de la selección en la que, además de con Ortega, coincidió con el hoy duque de Palma, Iñaki Urdangarín. «Estaba emocionadísimo», cuenta de su primer partido, y asegura que todavía se le pone la carne de gallina cuando ve la presentación de un partido internacional y se acuerda. «Es algo increíble», asegura.

Fueron cuatro años en los que creció deportiva y personalmente, y conoció a Beatriz, la que es su mujer desde hace casi diez años y con la que está a punto de tener su primera hija, para la que, por cierto, aún no tiene nombre decidido. Una importante etapa de su vida en la que sólo le sobraba el frío y le faltaba Málaga, «la familia, los amiguetes»... y el mar. «Soy muy de la playa, siempre me ha relajado mucho el mar», explica. Después llegarían el Ciudad Real, que comenzaba a formar el mejor equipo del mundo que es ahora, y que incluso pagó su cláusula de rescisión -«en balonmano no pagan tanto y cuando hay una oportunidad hay que aprovecharlo», asegura- cuando estaba a punto de casarse y casi de establecer su residencia definitiva en Léon, y el Granollers, donde se fue de la mano de Quino Soler, antes de que Ortega lo recuperara para el balonmano malagueño tras un periplo de doce años.

Ahora, a los 39 años, ha decidido que ha acabado su etapa del balonmano -que no el deporte, «porque si me faltara no sería del todo feliz»-, una dedicación que ha centrado su vida, y a la que le está muy agradecido «porque me ha servido para formarme como persona y para valorar lo que cuesta conseguir las cosas».

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