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GEMA MARTÍNEZgemamar@diariosur.es
Lunes, 8 de febrero 2010, 09:54
Han tenido lo que han querido -casi siempre, mucho más de lo que necesitaban-, y cuando no lo han conseguido a la primera les ha bastado un berrinche. Así, han llegado a los quince años con un nivel de frustración igual a cero. La rabieta infantil ha dado paso al desprecio, al despotismo, a los insultos y al puñetazo en la mesa. Han convertido a los padres en sus sacos de boxeo.
No hace nada en casa, se encierra en su dormitorio, no estudia, su rendimiento es muy bajo, no hace caso, no acepta las normas, habla con un desprecio tremendo, de forma despótica, sin ningún respeto... Lola Navas puede levantar el teléfono cualquier mañana y escuchar del otro lado toda esta retahíla, que se refiere a la actitud de algún hijo adolescente. Normalmente quien habla del otro lado es la madre, que termina resumiendo la situación: «Se me ha ido de las manos».
La psicóloga Lola Navas es la coordinadora técnica del programa de Mediación Intergeneracional que la Dirección General de Infancia y Familias de la Junta de Andalucía desarrolla en colaboración con la ong 'La Mitad del Cielo'. El año pasado atendió a un total de 143 familias que reclamaron ayuda por conflictos derivados con sus hijos adolescentes. De ellas, casi un centenar fueron susceptibles de intervención, mientras el resto fue derivado a otros servicios, en algunos casos porque se trataba de casos demasiado graves.
Desorientados
Dice esta especialista que la desorientación, una característica de la adoelscencia, se extiende a toda la familia cuando surgen los conflictos, porque los padres tampoco saben cómo enfrentarse a esa nueva etapa en la que el hijo deja de ser niño sin convertirse en adulto y en la que quiere decidir sin tener muy en cuenta las consecuencias: «El adolescente busca desarrollar su identidad personal. Está desorientado y empieza a actuar de otra forma, utilizando el ensayo-error. El adolescente está un poco perdido y a los padres, acostumbrados a tener a un niño, les cuesta aceptar que él quiera decidir», explica.
De todo, quizá el concepto y el ejercicio de la autoridad sea lo más complicado. Por un lado, el adolescente se va a rebelar contra frases tales como 'aquí se hace lo que yo digo', y por otro, la pérdida de autoridad por parte de los padres estaría detrás de muchas de las actitudes despóticas y despectivas de los hijos: «El adolescente es adolescente, pero no es tonto. En esta etapa hay que trabajar mucho la negociación. Las cosas ya no funcionan con el 'yo lo digo y tú lo haces'. Entre regresar a casa a las nueve de la noche o hacerlo a las tres de la mañana hay una diferencia que se puede negociar . El hijo debe participar en esa negociación», dice Navas, que resalta la importancia de que los padres jamás se pongan a la altura de un adolescente cuando está incontrolado: «El grito y el desprecio no da más autoridad, al contrario. Hay que pensar que el adulto es el padre o la madre y que no se pueden poner al nivel del adolescente para imponer autoridad».
Negociación. Esa es, según la experta, la herramienta clave para aunar posiciones y la fórmula que más se emplea durante las sesiones tendentes a arreglar los conflictos entre generaciones. Casi nueve de cada diez familias con las que han trabajado lo consiguieron.
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