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Molossia. Kevin manda en su casa y también en su patio.
Naciones fabricadas a medida

Naciones fabricadas a medida

Son microestados, países inventados que nadie se toma en serio. El último, Sudán del Norte, fue fundado para que una niña pudiese ser princesa

josé ahumada

Miércoles, 24 de septiembre 2014, 01:23

Cuando una niña le dice a su papá que quiere ser una princesa, lo habitual es que este se la lleve al cine a ver la última película de Disney o, si se pone muy pelma, que vaya al Corte Inglés y le compre un disfraz para que deje de dar la lata. Pero Jeremiah Heaton, un amante progenitor de Virginia, está hecho de otra pasta, así que un buen día decidió hacer realidad el sueño de su chiquilla y, de paso, dejar en mal lugar al resto de padres del mundo. Después de pasar horas y horas buscando información en internet, encontró lo que buscaba: un territorio que no pertenecía a ningún estado. El pasado 16 de junio, seis meses después de aquella trascendental conversación con su hija Emily, de siete años, el bueno de Jeremiah se plantaba en Bir Tawil, un enclave desértico de 2.000 kilómetros cuadrados situado entre Egipto y Sudán, hincaba en la tierra la bandera que había diseñado y se (auto)proclamaba monarca del recién nacido reino de Sudán del Norte.

Aunque disparatada, la iniciativa de este estadounidense cuenta con cierta coartada legal: Bir Tawil lleva más de un siglo siendo literalmente tierra de nadie terra nullius, en términos más técnicos, por ciertos enredos en los tratados fronterizos entre los dos países que podrían reclamarlo. En caso de que Egipto o Sudán decidieran hacerlo suyo, tendrían que ceder automáticamente al vecino el control de Halaib, una zona mucho más apetitosa, a orillas del Mar Rojo y empapada de petróleo, de modo que ambos habían optado por dejarlo en barbecho.

Sudán del Norte se ha convertido así en el último socio del club de las micronaciones, que es como se denominan estos entes que pretenden ser estados independientes pero no encuentran otro reconocimiento que el de sus fundadores. Hoy, el número de ellas supera holgadamente el centenar. El de países de verdad ronda los 200.

«En principio, no existen territorios que no sean de nadie o no tengan un vínculo con un estado, de modo que si un tipo llega a un territorio y dice que es su reino, está intentando ejercer un poder soberano sobre un territorio que ya es parte de un estado soberano», explica una profesora de Derecho Internacional de la Universidad Autónoma de Madrid que prefiere permanecer en el anonimato, quizás para evitar conflictos diplomáticos. ¿Y si uno encuentra una islita surgida de una erupción volcánica en mitad del océano? Puede ser un buen punto de partida, pero hay más exigencias: «El Derecho Internacional regula la existencia de un estado: debe contar necesariamente con un territorio delimitado, población y un gobierno que sea capaz de ejercer el poder. El hecho de que otros países lo reconozcan como tal no es un elemento constitutivo, pero supone que pueda celebrar tratados internacionales o establecer relaciones comerciales».

Las razones por las que uno se lanza a construir su propio país son diversas, desde el puro entretenimiento hasta la protesta o la experimentación en los campos del arte o la política y, en ocasiones, sus promotores incluso se lo creen. El origen del Principado de Hutt River, en Australia, hay que buscarlo en la disputa de unos agricultores con el gobierno por una ley de cuotas de producción de trigo. Uno de ellos, Leonard George Casley, recurrió a una antigua ley británica para declarar la independencia, a lo que Australia no respondió en el plazo indicado. La conclusión de este embrollo es que los 60 habitantes de Hutt River, un territorio de 75 kilómetros cuadrados, tienen estatus de no-residentes y no pagan impuestos.

Mucho menos tensas son las relaciones del Imperio de Atlantium con ese mismo ejecutivo. Nació en 1981 cuando sus tres fundadores se declararon independientes de la Commonwealth de Australia y reclamaron un enclave de unos diez metros cuadrados. En 2008, el emperador George II logró ampliar sus posesiones con una finca de algo menos de un kilómetro cuadrado por donde saltan los canguros.

Tampoco le sobra territorio a la República de Molossia, localizada en Nevada, en Estados Unidos. Fundada por Kevin Baugh, comprende su casa, los patios delantero y trasero y un par de propiedades adquiridas en California y Pensilvania. Molossia está oficialmente en guerra con Alemania del Este desde 1983, una situación que ni siquiera cambió tras la desaparición de la nación enemiga en 1990.

El mismo buen humor demostró en 1944 un grupo de profesores daneses al convertir el lugar donde acampaban en verano con sus alumnos en el Reino de Elleore, una de las micronaciones más veteranas. Su parodia de las estructuras de gobierno y las tradiciones reales de Dinamarca han soportado el paso del tiempo. Su sexto monarca, Leo III, sigue al frente de este país en el que los relojes marcan doce minutos menos que en Copenhague.

Un reino gay y otro galáctico

La propia capital danesa es escenario de un ensayo de vida alternativa: la Ciudad Libre de Christiania. Se trata de una especie de comuna hippie con casi 800 vecinos que se ha acabado convirtiendo en una atracción turística que recibe anualmente un millón de visitantes con el reclamo de observar un tipo de autogestión y convivencia diferente... y probar la marihuana que allí se vende libremente. Se estima que el negocio mueve 150 millones de euros.

La lista es interminable y variada: hay un Reino gay y lésbico de las Islas del Mar del Coral, en Queensland (Australia), un Reino del Tiempo en Estados Unidos, qe ha acuñado una moneda en la que aparece la efigie de Michael Jackson, y hasta una Federación de Koronis, que se refiere como suyos a una familia de asteroides con tal nombre. Pero Sealand es, sin duda, el microestado más conocido a causa de su accidentada existencia. Creado en 1967 por Paddy Roy Bates, era, originariamente, una plataforma marina construida por la Royal Navy frente a las costas de Suffolk durante la II Guerra Mundial.

En 1968, Michael, hijo del príncipe Roy, fue llevado a juicio por realizar unos disparos de advertencia a un buque de la armada británica que se acercó demasiado, pero el tribunal que vio el caso declaró que no tenía jurisdicción sobre él porque los hechos ocurrieron fuera del límite de las aguas territoriales, que para los Bates fue la confirmación de la condición de principado de Sealand.

Posteriormente hubo un intento de golpe de estado con rescate de rehenes en helicóptero, y hasta una trama española dedicada a la expedición de pasaportes: vendió más de 100.000, y uno de ellos al asesino del modisto Gianni Versace. En la actualidad, las aguas alrededor de esa torre parecen haberse calmado, y el príncipe Michael, como digno sucesor de su padre, ofrece la posibilidad de adquirir el título de lord o barón a partir de 29,99 libras.

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