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JULIÁN MÉNDEZ
Jueves, 3 de julio 2014, 11:51
El espectáculo era dantesco. Hombres y bestias despanzurradas sembraban las calles de Oroquieta, el pueblito navarro donde habían acampado las tropas del pretendiente Carlos VII que acababan de atravesar la frontera francesa. Las unidades regulares al mando del general Domingo Moriones atacaron por sorpresa el asentamiento carlista el 4 de mayo de 1872 y sembraron el pueblo de cadáveres: 44 muertos y 36 heridos yacían sobre el empedrado con sus boinas coloradas, con sus espadones y fusiles.
Pocas horas después de la batalla llegó a Oroquieta un pelotón sanitario comandado por el médico militar navarro Nicasio Landa, un adelantado a su época que en 1870 había atendido ya a heridos de la guerra francoprusiana. Delgado, elegante y barbudo, Landa y sus hombres portaban brazaletes donde destacaba una pequeña cruz roja y gorras de plato con siroquera blanca que les conferían un cierto aire romántico, a lo legionario de Beau Geste. Sobre el terreno curaron heridas y bayonetazos, vendaron miembros sajados, administraron láudano, consolaron y trasladaron a los heridos más graves hasta la retaguardia.
Aquel pelotón de voluntariosos sanitarios, bautizados como los camilleros de Landa realizaron la primera acción de la Cruz Roja española y se ganaron el derecho a mediar entre las tropas alfonsinas y las carlistas. Dos años después, fundaron también el primer hospital de sangre en el palacio de Guenduláin o de los Mencos. Su propietario, Joaquín Ignacio Mencos y Manso de Zuñiga, había sido uno de los prohombres navarros que constituyó la Junta Organizadora de la Asociación Internacional de Socorro a Heridos en Campaña de Mar y Tierra. Sección Española. Aquel embrión alumbraría la actual Cruz Roja, que este domingo 6 de julio cumple 150 años en toda España... menos en Navarra donde se constituyó un día antes.
Cosas de navarros, claro, que los días 6 de julio, víspera de San Fermín, no están para casi nada. Y ocurrencia también del doctor Nicasio Landa y de su colega Jose Joaquín Aguyó, sexto conde de Ripalda y miembro de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Ambos habían atendido al desesperado llamamiento de un joven suizo llamado Henry Dunant que había caminado, horrorizado, entre los 46.000 hombres que habían muerto en la batalla de Solferino, el 24 de junio de 1859, que enfrentó al ejército austriaco con el francés, comandado por Napoleón III, en tierras italianas. Henry Dunant sería el primer hombre en recibir el Premio Nobel de la Paz. Fue en 1901 y compartió diploma y medalla con Frédéric Passy, inspirador de Amnistía Internacional.
«El movimiento de Cruz Roja nació como algo romántico, como una respuesta a los horrores de la guerra que disputaban austriacos y franceses. Surge entonces el tercer combatiente, un bando neutral e independiente del conflicto que prioriza el trato humano», explica el presidente de Cruz Roja de Navarra Joaquín Ignacio Mencos Arraiza, tataranieto de aquel conde de Guenduláin, ministro de Fomento, Grande de España, poeta y académico de la RAE, que cedió su palacio para atender a las víctimas de la Tercera Guerra Carlista. «La máxima que empezó a regir entonces es que un soldado herido deja de ser un combatiente para pasar a ser una persona, un ser humano que debe ser tratado y atendido como tal», apunta Mencos junto a la plaza de toros de Pamplona donde se han instalado ya los postes del vallado para los encierros.
Cada mañana de Sanfermines, Mencos ocupará su puesto en la calle como un voluntario más. «Desde mi tatarabuelo, todos en la familia hemos estado ligados a la Cruz Roja. No es algo hereditario, es más bien algo filogenético», bromea con conocimiento de causa. Su bisabuelo, su abuelo y su padre tuvieron en su día el mismo puesto que hoy ocupa.
Con ancianos y parados
Joaquín Mencos es un biólogo de 41 años reciclado como ingeniero del agua que ha trabajado en plantas potabilizadoras en situaciones de emergencia y catástrofe en Kosovo, India, Irán, Haití, Indonesia, Zimbabue y Kenia. Su familia patentiza la transformación sufrida por Cruz Roja en estos 150 años. Del voluntarismo bienintencionado y filantrópico de los inicios a un entramado formado por más de 200.000 voluntarios y 1.150.000 socios repartidos por todo el país que atienden cada año a 2,4 millones de personas, entre ellas, 360.000 ancianos.
«Damos una imagen difusa», reconoce Mencos. «La atención sanitaria es la punta del iceberg de nuestra actividad. Somos una organización compleja con 17 millones de voluntarios en todo el mundo. En España, además de las ambulancias, de los puestos de socorro o de los puntos playeros, actividades que conoce todo el mundo, trabajamos con la inmigración, con las personas mayores... La enfermedad del siglo XXI es la soledad», remacha Mencos.
El horror del campo de batalla de Solferino
«En el silencio de la noche se oyen gemidos, suspiros ahogados llenos de angustia y de sufrimiento, desgarradoras voces que piden socorro... Todo el campo de batalla amaneció cubierto de hombres y caballos. Los heridos están pálidos, lívidos... aquellos con heridas abiertas están como locos de dolor y piden que los rematen». Con estas palabras describió el suizo Henry Dunant el campo de batalla de Solferino. Había acudido allí para negociar con Napoleón III. El devastador efecto sobre su conciencia de esas escenas alumbró la Cruz Roja. Los navarros Nicasio Landa y Joaquín Aguyó acudieron a su llamada en 1864.
Los siete principios
Cruz Roja se rige por siete principios humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariado, unidad y universalidad .
Al tiempo, la organización da soporte a una estructura profesionalizada que actúa en cualquier parte del mundo ante desastres naturales y epidemias. Y, a través del Comité Internacional de la Cruz Roja, son valedores del Convenio de Ginebra (en el origen de la organización) y mediadores hoy en conflictos bélicos en Siria, Centroamérica, Colombia, Cachemira, Afganistán, Irak... «Cruz Roja es neutral. Es uno de nuestros principios. Eso explica que hayamos estado en Guantánamo, por ejemplo. Nuestra acción es discreta, no pública», resume Mencos.
Todo esta actividad y despliegue diplomático de alto nivel, esas brigadas sanitarias de intervención inmediata que llegan a los escenarios de la tragedia a bordo de reactores y helicópteros queda ya muy lejos de una cierta imagen vetusta que todavía acompaña a la Cruz Roja en España. Una representación ligada en la memoria a voluntarios vestidos de uniforme, con correajes y polainas blancas de charol que cargaban sus parihuelas hasta los campos de fútbol. Imagen que inmortalizaron en el cine tres pícaros de campeonato como Tony Leblanc, López Vázquez y Manolo Gómez Mur que querían colarse de sanitarios para ver al Real Madri y que fueron pastoreados por un inflexible militar de buen corazón encarnado por Jesús Puente. Voluntarismo, moralina y romanticismo altruista que impregnaba también a Conchita Velasco, Mabel Karr, Luz Márquez y Katia Loritz con sus tocas y sus capas azules, pisando fuerte por la Castellana con el corazón inflamado de amor. Esa percepción añeja que se preserva todavía en símbolos como el Día de la Banderita, las mesas petitorias con marquesas o en el Sorteo del Oro, ha tocado fondo.
El rombo por la cruz
«Para entender películas como Las chicas de la Cruz Roja señala Joaquín Mencos hay que saber que, hasta que en los años 20 la Cruz Roja crea los hospitales y los dispensarios benéficos, la población que no tenía medios no recibía asistencia sanitaria. La Cruz Roja funda también las escuelas de enfermería. En los 70 cerramos los hospitales y empezamos con la atención en carretera», resume Mencos, vicepresidente de Cruz Roja española. «Somos siempre reflejo de nuestro tiempo; empezamos con los programas sociales: alcoholismo y personas mayores. En los 80 fue la drogadicción, en los 90, la inmigración; hoy son las consecuencias de la crisis. Por primera vez estamos dando ayudas directas a la población, kits de bebé, escolares, de limpieza, productos alimenticios... como hacíamos hace años en Haití», cabecea Mencos.
Y hoy, cuando la imagen y los símbolos son a veces más poderosos que las acciones, la Cruz Roja debate la posibilidad de cambiar su logotipo, esa cruz roja (un negativo de la bandera suiza) y esa media luna (desde 1876 y la guerra entre Rusia y Turquía) que distingue a sus voluntarios. La organización piensa en un rombo rojo sobre fondo blanco. Y se llamaría Red Cristal en vez de Red Cross. Menos conflictivo, sí. Puro siglo XXI, seguro. Pero uno tiende a pensar que ya no sería lo mismo.
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