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JOSE A. GARRIGA VELA
Viernes, 7 de julio 2006, 02:00
HOY es domingo por la mañana temprano, luce el sol y no hay coches en la avenida de Príes. Las playas comienzan a poblarse de bañistas y aquí, en el Cementerio Inglés, un grupo de personas asisten al oficio religioso que se celebra en la Iglesia Anglicana de San Jorge. Oigo sonar el órgano. Los cánticos de los feligreses. Un perro fuera me mira con una mezcla extraña de seriedad y tristeza, como si fuera el guardián de los muertos. El encargado de custodiar la vida invisible. Me detengo delante de una pequeña tumba con una leyenda inscrita en la piedra:
Violette
24 de diciembre de 1958
23 de enero de 1959
«Ce que vivent les violettes»
He venido aquí buscando la ciudad oculta y silenciosa que se oculta en el interior de las ciudades. La vida detenida bajo las flores amarillas de las mimosas, la sombra de los pinos, las hojas secas del eucaliptus. Al entrar al cementerio me ha atendido una señora muy amable con acento inglés. Me ha dado una pequeña guía del cementerio. Me sorprende descubrir que también existe un cementerio dentro del propio cementerio: El cementerio interior. ¿Una metáfora? ¿Acaso vivimos y morimos en ciudades concéntricas? El cementerio interior es el viejo cementerio inglés. Las sepulturas de los marineros están cubiertas por conchas marinas, como si los muertos estuvieran enterrados bajo el mar. Fuera del cementerio interior. Más allá de los jardines que rodean las lápidas que circundan el viejo cementerio. Lejos de la soledad y el silencio está la ciudad excéntrica.
Los cementerios me trasladan a un lugar fuera del tiempo y la vida cotidiana. Un estado del alma. Pienso en los que descansan bajo esta tierra cercada por rectángulos de mármol. Bajo las plantas silvestres y los árboles que nacen de sus vientres. Pienso en lo que fueron antes de lo que son ahora. Observo la ausencia. No hay flores frescas en la tumba de Jorge Guillén. No las hay sobre la tierra que cubre los cuerpos de Gamel Woolsey Brenan y Gerald Brenan. Una leyenda en la lápida de ella dice: «Fear no more the heat of the sun». Gamel murió en Churriana veinte años antes que su compañero. Luego el cuerpo de Gerald Brenan estuvo entre otros cuerpos en una piscina cubierta de formol. Cedió su cuerpo, casi centenario, a la ciencia. Hasta que pasado el tiempo fue enterrado junto a su mujer. Ahí descansa Gerald Brenan. Escritor inglés. Amigo de España. Alhaurín el Grande 1987.
Leo las fechas de las lápidas. Las fechas más importantes en la vida de cualquier ser humano. Hay excepciones. A veces las fechas más importantes en la vida no guardan relación con el nacimiento o la muerte sino con el conocimiento o el descubrimiento del amor. Para otros la fecha que jamás olvidarán fue la de aquel año que vivieron peligrosamente. ¿Cuántas ilusiones están enterradas bajo mis pies? ¿Cuántas vidas repletas de aventuras? ¿Cuánta bondad y dolor? ¿Cuántos anhelos y cuántas frustraciones?
El primer inquilino de esta plácida casa de la muerte fue Robert Boyd. Fusilado en Málaga con José María Torrijos y otros cuarenta y siete conspiradores que intervinieron en el levantamiento liberal que fracasó en 1831. Su cuerpo yace enterrado en una tumba anónima en un rincón del cementerio interior. El héroe romántico murió a los veinticinco años. El tiempo no transcurre a la misma velocidad para todos. La biografía de un hombre cabe en una lápida, pero la vida interior crece y se expande como las raíces en la tierra. ¿Hasta dónde llega la influencia de los espíritus que descansan en esta isla de sosiego que late, lenta y pausadamente como un gran animal dormido, en el corazón de la ciudad?
Antes de que William Mark se instalara en Málaga en 1816 y posteriormente fundara el Cementerio Inglés, el enterramiento de los protestantes era un asunto tenebroso. Nos lo cuenta Marjorie Grice-Hutchinson (1909-2003): «No se permitía que sus cuerpos fuesen enterrados a la luz del día, sino que había que llevarlos durante la noche a la orilla del mar y enterrarlos allí en posición vertical alumbrándose con una antorcha. Los cadáveres, además de estar expuestos a ser devorados por los perros o barridos mar adentro por las olas, se veían agraviados por el vertido de basuras e inmundicias en los alrededores de su lugar de reposo». Gracias a William Mark se estableció no sólo el Cementerio Inglés de Málaga, sino todos los de España.
El 16 de diciembre de 1900 sesenta y dos oficiales y hombres de la Marina Imperial Germana fallecieron en la bahía de Málaga, a causa del naufragio del buque escuela 'Gneisenau'. Las víctimas fueron enterradas en una fosa común en el cementerio. Los pescadores, marineros y ciudadanos de todas clases sociales que estaban en la bahía hicieron heroicos esfuerzos para rescatar a los ahogados y socorrer a los supervivientes. En agradecimiento por el auxilio ofrecido por el pueblo de Málaga el Gobierno Alemán entregó a la ciudad un puente peatonal sobre el río Guadalmedina: el Puente de Santo Domingo; mientras que la Reina Regente de España añadió el título «muy hospitalaria» al escudo de la ciudad.
Los cementerios son lugares hospitalarios para los que aún estamos vivos. La presencia de la muerte nos enfrenta al dilema más antiguo del ser humano. La respuesta a tantas dudas se haya enterrada bajo tierra. Flotando en el humo. Los muertos callan. Únicamente hablan las piedras y las piedras me dicen que la vida es leve y a veces hermosa. Cruel y despiadada con los inocentes. Como esa niña que vivió lo que viven las violetas.
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