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Viernes, 21 de abril 2006, 02:00
LA visita del presidente chino, Hu Jintao, a los Estados Unidos está dejando sentado que, más allá de la retórica y algunos excesos críticos coyunturales de las dos partes, ambos países han optado por una especie de coexistencia pacífica fría, pero útil y sin alternativas, que solo una crisis acerca de Taiwán podría alterar. El desacuerdo sobre qué condición protocolaria y política dar a la visita (de Estado o de trabajo) traduce la incomodidad del Gobierno republicano norteamericano con un huésped cuyo antecesor, Jiang Zemin, fue recibido por el presidente Bill Clinton en visita de Estado, la de mayor rango, hace ocho años. El programa de política exterior y de seguridad con el que George Bush fue elegido era bastante exigente con China, presentada como un competidor estratégico.
Los dirigentes del gigante chino, sin embargo, huyen de cualquier pulso abierto con Estados Unidos centrados en la prioridad de ganar el gran desafío de su modernización económica y social que incluye la edificación de una sociedad estable y algo parecido a un estado del bienestar que algún día podrá ser democrático. El presidente Bush, pese a las reticencias, se está dejando guiar por el pragmatismo de su predecesor en el cargo, la tesis clintoniana del compromiso constructivo, que tácitamente obliga a las partes a no pasar de ciertos límites y a la concertación. Así se apreció ayer en la parte oficial de la visita, con la reunión de los dos líderes en Washington.
Previamente, Hu se había dedicado a las relaciones públicas de alto nivel con el mundo de los negocios y la sociedad civil, menos puntillosos que el presidente y su Gobierno con las carencias democráticas del régimen chino. Bush pide la revaluación de la divisa china y el fin de prácticas comerciales ilegales y pidió la cooperación de Pekín para afrontar desde la unidad y la responsabilidad el doble desafío nuclear de Norcorea e Irán.
Este rumbo, realista, no tiene alternativa a corto plazo y solo una crisis en los estrechos de Taiwán podría alterarlo. A las dos partes conviene desde su compartida condición de grandes potencias, cada una a su manera y en su registro. Condoleezza Rice ha acuñado la fórmula de Estados Unidos, el país indispensable, y en Washington parecen creer, juiciosamente, que China es un país también indispensable.
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