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BARQUERITO
Domingo, 9 de abril 2006, 02:00
El mejor de los seis novillos de El Torreón fue el último: el de más clase, más son, mejor impulso y hasta mejores hechuras. Y se arrastró sin orejas, la segunda de las cuales se concedió sin mayor rigor, pero vino a subrayar no sin justicia el acontecimiento del día, que fue el debut con picadores del segundo de los hijos de Sebastián Palomo Linares. Segundo y homónimo. Y, además, de parecida raza. Mozo ya de veintiocho años, licenciado universitario, de vuelta tal vez de todo. Menos en los toros, porque éste fue el primer viaje.
Este nuevo Palomo acreditó imponente firmeza. De llamar la atención. Pues no fue mero estoicismo, o clavarse sin más de pies y a otra cosa. Sino que el valor sirvió para ajustarse con el novillo bueno en reuniones de distinguido descaro. Para embraguetarse de verdad y elásticamente. Para provocar, por eso, a la gente, que reaccionó cuando sintió el latigazo infalible del torero que, según frase feliz, se arrima. Se arrima en serio el nuevo Palomo. Y al novillo de son con son le sacó los brazos en dos o tres tandas bien traídas y abrochadas, relajadas.
Los genes se dejaron notar. En los desplantes, en las salidas y en la actitud se sintieron al calco el estilo y las maneras de su padre. Sólo que en versión refinada. Y en otro estuche, porque el hijo mide más y es más ancho que el padre. Torero de piernas largas, pero quietos los pies. A veces, al meter exageradamente la cabeza contra los hombros o al descolgarse sobre el cuerpo, se aparecía la estampa misma de su padre, que estaba en el callejón. Ahí se fundieron en sentido abrazo padre e hijo en un brindis, el del primer novillo, que salió revoltoso y pegajoso y, que frágil, se desparramó al menor tirón. Entonces se vieron del nuevo Palomo las señas: el valor y la falta de rodaje, la cual se vio mucho en el manejo de la espada, como si no hubiera matado nunca antes, y en la velocidad con el capote.
Rebeldía
La personalidad rebelde y tan marcada de Palomo padre se ha transmitido también. Suavizadamente. Sorpresa, en fin, muy notable. Sólo el primer paso y en condiciones circunstancias favorables de partida. Pero llegó a la gente el torero nuevo, que vestía, por cierto, de rosa y plata. En eso sacó el galgo la casta propia.
Lo demás se atuvo más al guión previsto. Una novillada ni ofensiva ni particularmente mutilada de El Torreón, con las fuerzas menguadas y desigual de fondo y juego. El cuarto, nobilísimo; bueno el segundo; rebrincado el primero; el más molesto, el del debut de Palomo; deslucido el quinto. Cayetano volvió a probar que entre él y el resto de la tropa media abismal diferencia. La actitud, la postura, el reposo, la distinción y el acento matizado ya clásicos en él. Un toreo interpretado fiel al canon puro, que en el primer turno cobró particular peso. En faena, si acaso, excesivamente larga.
Hubo catálogo de cosas buenas: hasta toreo a dos manos, poderosos naturales, templados redondos a media altura, remates cambiados de sorprendente ritmo. Y hubo, sobre todo, toreo de capa de muy relevante dimensiones: toro enganchado, empapado, vaciado, reenganchado y vuelto a templar. Y variedad: largas en profusión de formas, recortes. Ritmo siempre. Aunque el quinto novillo se le quedara a mitad de viaje y repusiera cobardón. No se atrevió Cayetano a castigarlo, que era la única medicina. Por temor a que se le fuera al suelo. Estuvo firme con los dos: uno estuvo a punto de empalarlo por la izquierda, otro le hizo más de un regate. ¿Y El Cordobés? El nuevo Cordobés les pegó pases y pases a los dos suyos, pero ni en uno se atrevió del todo ni con el otro se puso en el sitio. Impresión de torero en crisis. Siete pinchazos para tumbar al cuarto, que se le fue tal cual.
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