Borrar
El placer de los cumplidos
El placer de los cumplidos
TEMÁTICAS

El placer de los cumplidos

El elogio transmite un mensaje de consideración hacia el destinatario y es una fórmula eficaz para mantener una buena sintonía

TEXTO:

Lunes, 13 de marzo 2006, 01:00

A todos nos gusta que de vez en cuando alguien nos regale los oídos con una palabra elogiosa, una señal de agradecimiento o un mensaje de ánimo, y si son sinceros, mejor todavía. Un simple cumplido abre más puertas que mil argumentos, y además resulta económico porque no exige otro esfuerzo que una buena disposición del ánimo y cierto dominio de las habilidades sociales básicas. Más allá de la mera fórmula de cortesía, el elogio transmite un mensaje de consideración hacia su destinatario: a través de él le hacemos saber que nos importa y que sus méritos y virtudes no nos pasan inadvertidos.

El cumplido es una de las más eficaces fórmulas para la buena relación humana. Alienta a quien lo recibe y honra a quien lo hace. Contribuye a reforzar la autoestima cuando no estamos seguros de haber actuado bien y alguien con una expresión de aprobación nos saca de dudas. Asimismo anima a seguir una línea de comportamiento y a cultivar nuestras cualidades o virtudes. Junto con la sana crítica, constituye un buen recurso en la formación de la asertividad, que es la capacidad para expresar adecuadamente nuestro acuerdo o desacuerdo con la realidad y con los otros.

Sin embargo, tendemos a hacer pocos cumplidos y esto no es algo que les ocurra sólo a las personas ariscas. Por diversas razones, tales como el retraimiento, la torpeza o el descuido, desaprovechamos las ocasiones que se nos presentan para agradar a los demás. En el entorno cercano -con nuestra pareja, amigos o familiares- damos por hecho que los cumplidos son innecesarios «porque ellos ya saben» cuánto los apreciamos. Estas son las trampas del exceso de confianza: nos hace creer que el roce dispensa de interesarse por la satisfacción ajena. Las razones que nos retraen a la hora de elogiar a los más lejanos o los desconocidos son diferentes; entre ellas destacan la cautela para evitar malentendidos -es embarazoso, por ejemplo, que una palabra de elogio pueda ser interpretada como un guiño de aproximación sexual-, la preocupación de que nos tomen por aduladores o falsos, el temor a caer en la zalamería o el ridículo.

Miedo a expresarse

Entretanto, la vida pasa por delante de nuestras narices llevándose consigo esos pequeños momentos de satisfacción donde podríamos habernos sentido mejor diciendo a alguien lo que nos gusta de él, alabándole un acierto o mostrándole una sonrisa agradecida. ¿Será que los desperdiciamos porque son gratis? ¿O acaso porque nos disminuyen? Pocos miedos hay peores que los que frenan la expresión de las emociones, y éste es uno de ellos.

Todavía más difícil que hacer cumplidos es aceptar los que recibimos de otros. Uno de los errores más extendidos en los manuales de cortesía es ese consejo de falsa humildad según el cual hay que minimizar el motivo que ha dado pie a un elogio o a la señal de afecto. Evidentemente, no es de buen gusto pavonearse como respuesta al halago; pero rechazarlo por sistema es una forma de soberbia que lleva además consigo cierto menosprecio hacia quien lo ha dado.

Si alguien nos felicita por un trabajo que considera bien hecho, tan inadecuada resulta una respuesta del tipo «me lo merezco» -reacción arrogante- como las de «¿bah, no tiene ningún mérito!», «me ha resultado facilísimo» o «está peor de lo que parece, no me he quedado satisfecho» -infravaloración-. El término medio puede proporcionarlo un «gracias, eres muy amable, me alegro de que te haya gustado» (mediante el cual admitimos el fundamento del cumplido al tiempo que devolvemos a nuestro interlocutor una afirmación emotiva) o un «sí, estoy contento de cómo me ha salido» (que, sin llegar a la vanagloria, explicita la conciencia de haber hecho bien el trabajo).

Algunos creen que la indiferencia ante los elogios o su rechazo es un signo de madurez. Estas personas guardan en su memoria la imagen frágil del niño que necesitaba la carantoña y la aprobación ajena y se niegan a exteriorizar su satisfacción para no mostrarse pueriles y dependientes.

En su justa medida

Hay que hacer una diferencia entre estar condicionado por las valoraciones de los otros y admitir los elogios como signos de asentimiento o acierto, pues entre las dos actitudes va un largo trecho. El toque está en actuar con la medida justa, sin ufanarse ni avergonzarse, sin depender de los demás pero saboreando el placer de verse valorado, distinguiendo lo auténtico de lo falso y correspondiendo con amabilidad.

Aceptar un cumplido sincero siempre es un buen estímulo para la autoestima de la persona, pero además transmite al otro una forma de reconocimiento: le hacemos ver que nos importa su opinión, que damos valor a lo que nos dice, que nos sentimos cercanos a él y disfrutamos secretamente de un placer compartido. Siempre que los cumplidos no se conviertan en un almibarado intercambio de flores pegajosas, tanto quienes los dan como quienes los reciben se sienten mejor consigo mismos y establecen corrientes de comunicación emotiva beneficiosas para ambos.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur El placer de los cumplidos