Stop transgresión
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En tiempos en los que deberíamos de estar gozando de una mayor libertad, por madurez democrática y por la facilidad de acceso a la información y al conocimiento, se observan síntomas preocupantes de represión. El libre pensamiento está en cuestión; y la libre opinión está prácticamente amenazada, o más bien, amordazada. La transgresión, entendida como acción que pretende romper prejuicios y tabúes, de sobrepasar las normas establecidas y asumidas por la comunidad, aquella que tanto hizo en los años 80, está hoy coaccionada por las masas y maniatada por lo políticamente correcto.
Sí, hoy vivimos atemorizados por el pensamiento de la mayoría, convertido frecuentemente en un tsunami capaz de arrasar con el discrepante. Hoy, lamentablemente, hay muy poca libertad de opinión y, menos aún, de expresión.
Asistimos a una progresiva dictadura de la masa enloquecida, para la que no caben matices ni excepciones cuando se trata de imponer el pensamiento único. Y todo ello a una velocidad que impide y dificulta disentir sin que la ola te pase por encima. Deberíamos ser conscientes de los riesgos que implica preferir callar o pasar inadvertido antes de oponerse a lo que dice u opina esa mayoría. O la minoría ruidosa.
Hoy, la mayor transgresión no sólo es pensar diferente, sino decirlo en voz alta. Incluso los medios de comunicación nos vemos a menudo arrastrados por la torrentera del momento, sea al hablar de política, de deporte, de ideas, de religión o de cualquier asunto con un atisbo de polémica. No me imagino qué hubiera sido del debate sobre el divorcio, las parejas de hecho, el aborto, la píldora del día después o el matrimonio entre personas del mismo sexo de haber existido las redes sociales con el impacto de hoy. Quizá todo hubiera sido muy diferente, con menos consenso, con menos respeto, con menos sensación de conquista social.
Cuando una sociedad, o parte de ella, impone sus ideas por gritar más alto, por insultar más o por imponer más miedo está abocada al fracaso y a la confrontación. El respeto a las minorías y a aquellos que no piensan igual, por deleznables que nos puedan parecer sus ideas, es la base de la convivencia. Y lo contrario es volver a la época del escarnio público, de las condenas sin juicio, de los ajusticiamientos populares.
Aspiro a una sociedad sin miedo a transgredir los convencionalismos y lo políticamente correcto; a confrontar con la derecha, pero también con la izquierda; a ser conservador o liberal; a ser homosexual o heterosexual, o bisexual; a ser vegano o disfrutar con un chuletón crudo; a ser animalista, o a ser taurino; a ser tolerante, o a tener miedos; a ser ateo, católico o musulmán; incluso a ser intransigente; independentista, nacionalista, constitucionalista o republicano. Aspiro a una sociedad en la que todos puedan hablar libremente, sea cual sea su opinión, sin que por ello sea increpado en la plaza pública por una marabunta irracional jaleada por políticos que se dejan llevar por la corriente, les lleve a donde les lleve. Incluso al abismo.
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