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JESÚS NIETO JURADO
Lunes, 29 de enero 2018, 07:52
De nada nos sirve una azafata vestida de bandolera en FITUR. De nada nos sirven una temperatura media fetén, una imagen 'instagrameada' de un atardecielo desde el Balneario si en lo fundamental, en la Sanidad y en lo más básico, vamos como vamos. Lo contaba el maestro Escalera este viernes en estas páginas: «Familiares de pacientes denuncian masificación y demoras en las urgencias del Hospital Clínico». Es ahí, precisamente en cómo respira un hospital público, el que sea, por dónde hemos de empezar a medir a una sociedad. A una comunidad. A una mala gripe que se complica.
Sé que prestigiosos galenos (César Ramírez, nuestro José A. Trujillo...) dejan la sanidad pública porque una cosa es Hipócrates -y el juramento del griego-, y otra la de tener que pastorear esa marabunta que las mañanas de jueves llena de animación y de bacilos un ambulatorio, el ambulatorio X en el barrio Y. Allí donde coinciden el neurótico, el futbolista con el tobillo mirando a Cuenca, una analítica por examinar, un cotizante que no sabe qué es la cita previa por la red de redes, y el de los cupones en la puerta, que siempre rasca y gana y da palique si se tercia. Claro que por cuestiones de espacio en esta columna no vamos a hablar del descalzaperros y del papeleo por el cual, cuando paso Despeñaperros hacia arriba, la Seguridad Social me cubre según le dé al médico de guardia: en Aguilar de Campoo o Mota del Cuervo.
Un hospital colapsado es la quiebra máxima del sistema y un recordatorio de lo cerca que está el tercer mundo, a pesar que las redes y sus voceros sólo se dediquen a repicar lo que Hollywood y cuatro estrellas entienden por compromiso con la justicia. Quiere uno decir que si hay cuatro causas por las que no vamos a ceder ni un paso, una de ellas es la de la sanidad pública y puntera. Por ese principio sí que hay que indignarse, que una medicina pública de calidad no es una promesa en la Taifa, sino una conquista de la sociedad en general. En esto de la medicina y sus burocracias uno vuelve a comprobar el punto exacto en el que el sistema anula mientras exprime a excelentes profesionales. Jamás una crisis debiera notarse en un quirófano, y si hay que recortar que se recorte en las dietas del consejero de turno o en la impresión de la cartelería que prohíbe fumar en la planta de neumología, lo cual es además una redundancia macabra.
El colapso crónico de las urgencias cuando arrecia el frío se ha convertido en una estampa patria que hay que combatir sin dilación. Veo churretes en las balconadas de los hospitales: y eso sí que es una metáfora de la enfermedad que corroe lo que queda del Estado del Bienestar. Y por ahí sí que me duele España y sí que me acuerdo de tantas noches de mi hermana preparándose el MIR. Por ahí sí que hay que sacar la cacerola y el DNI cada vez que nos hablen de la modernización. De esas yerbas magufas.
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