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JOAQUÍN L. RAMÍREZ
Domingo, 22 de octubre 2017, 10:19
Carlos se levantó muy temprano, apenas había podido dormir esa noche y más desde que su vecino Aurelio le avisara de que tenía dispuestos los listones para levantar la cabaña. A caballo entre la niñez y la adolescencia, los chicos suelen emocionarse mucho con la posibilidad de construir y disponer de un escondite donde reunirse, guardar sus cachivaches o pequeños tesoros y, a modo de cuartel general, plantear estrategias para 'hacer la guerra' a otros grupos rivales.
En el pueblo había poco que hacer y aquellos veranos, que siempre guardarían en su memoria, eran divertidos y estaban llenos de aventuras. La cuadrilla no tenía un número fijo de miembros, venían los que podían, pero sí que podía decirse que las 'damas' y los 'caballeros' más habituales hacían un juramento de lealtad muy serio, ideado por Aurelio. Al principio dijeron ser templarios, pero algo ya crecidos, los últimos años, encontraron que declararse independientes de todo reino o poder les llamaba más. Defenderían Camelot con su vida y se harían fuertes y autosuficientes.
Carlos, Aurelio, Marta, Pilar, Quimé y Pepito -el benjamín- eran fijos. Cada tarde, bien pertrechados de galletas cuquis, chocolatinas y cocacolas grandes, se encontraban junto a las obras de lo que habría de ser el 'chiti' de madera más completo y confortable de la zona. Otros chicos ya tenían más o menos construidos sus refugios e intentaban fardar de ello, pero el proyecto payés de los templarios independientes iba a ser el mejor. Lo malo eran las rivalidades, la pandilla de la plaza del monte era peligrosa y se les conocía por su ansia destructiva. Ya una vez rompieron la puerta de entrada a la amada posesión y tiraron el cartel de cartón que, con la inscripción 'The Chiti', guardaba el acceso a su árbol. Una encina grande y más que centenaria a la que era fácil encaramarse y que arrojaba las mejores y más bellas bellotas sin cesar. Después de aquello decidieron hacerse fuertes y llenar de trampas el camino para que no volviera a ocurrir nunca más. Lo dijo Carlos y Aurelio asintió prometiendo elaborar un diseño adecuado para impedir el paso a cualquier extraño, hacían un buen tándem, el primero bravucón y siempre con su espada de madera y el segundo poco dado al cuerpo a cuerpo, sereno, muy imaginativo y, sin embargo, radical. Después de lo que habían oído, aquella noche ambos la pasarían en 'Chiti'. Cuando todos estuvieran acostados, sobre la una, abandonarían la cama y harían guardia para defender su propiedad hasta el amanecer. A la hora indicada Carlos con sus palos y Aurelio con sus planos se vieron junto al árbol. Estaba muy oscuro y había ruidos extraños de todo tipo, las sombras se movían y los dos amigos disimulaban su estremecimiento. Nunca habían acometido una aventura parecida. De pronto, nítidamente, en el atronador silencio de la noche, se oyó algo muy parecido a un aullido...
Carles se despertó. Había puesto el despertador a las seis y sólo eran las cinco y media, la cama le despedía. Pasaba cada día ya desde hace mucho, pero aquella noche fue la peor. Algo había soñado de un fuerte sonido que le despertó, qué mala noche, qué malos tiempos. Se fue a la cocina y se puso un café con leche, no quería cereales, quizá algo de pan o un trozo de coca que quedó de ayer. Puso la radio y llamó al gabinete, quería estar informado al minuto de cada movimiento. A pesar de ser domingo, a las nueve se iría al despacho a preparar el Consejo de Govern. Seguro que Oriol traería sus planes y sus planos. Tenían que luchar contra la opresión y por la libertad «después de tanto sufrimiento», buscar mediadores, apoyos internacionales y empresas leales. Sonaba el teléfono, ¿quién llamaría? Tras varias llamadas, lo cogió. Sin pensarlo preguntó ¿es la Moncloa?... Se hizo el silencio, fue como el aullido de un lobo, un sonido agudo que atravesó su oído de forma aterradora y desagradable. ¿Quién llama, què diu, qui crida...? Torció el gesto y contuvo el escalofrío. Se dio la vuelta y la almohada cayó al suelo, sudaba, se sorprendió desagradablemente al verse aún en la cama. Otro mal sueño. Mientras se levantaba pensó en el domingo que le esperaba y, de modo involuntario, a la cabeza le vino la imagen de aquella casa en el árbol de su niñez, qué tiempos, qué ilusión, ¿qué habrá sido de ella, aún estará en pie? Cosas de niños, sueños de infancia, fantasías y juegos.
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