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Al alcance de la mano

JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

Domingo, 1 de abril 2018, 10:51

Llevo toda la vida tratando de no ser nacionalista. De ningún tipo de nacionalismo. Ni nacionalista andaluz, ni nacionalista español, ni nacionalista europeo, nada. Soy andaluz, es verdad, y español y europeo, pero trato de serlo a la manera de un no nacionalista. Si lo pienso bien y soy sincero, me preocupa menos la pureza de nuestra identidad cultural que la cura del analfabetismo, del hambre, del cáncer o del Alzheimer. Es más, todavía me recuerdo a mí mismo, hace ya unos cuantos años, acurrucando a mi hijo cuando era un bebé y pensando que quizá la sensación que tenía en ese momento era la misma que sentiría cualquier mamífero por su cría en una situación similar. Pensaba que esa extraña ternura de padre primerizo era la misma que un gato o un perro sentirían por su cachorro, y que, por tanto, también sería muy parecido el dolor que ellos sentirían si a sus crías les pasara algo.

Hoy la neurociencia aporta cada vez más evidencias a favor de la continuidad entre la especie humana y otras especies animales, a las que, hasta ahora, considerábamos incapaces de sentir nada parecido a lo que nosotros sentimos. En la medida en que los seres humanos tomamos conciencia de que los animales no son un otro tan distinto de nosotros, y actuamos en consecuencia, y nos permitimos menos crueldad con ellos, tiene menos sentido que nos tratemos entre nosotros mismos con crueldad o con fría indiferencia. De modo que si somos capaces de comprender, o por lo menos de atisbar, lo que siente en lo esencial un padre de otra especie, no nos debería costar nada ponernos en el lugar de cualquier padre de nuestra especie. El amor y el miedo, la enfermedad y la salud, la vida y la muerte, nos unen en una comunidad más auténtica que la lengua o el acento, y bastante más extensa.

No será un soldado extranjero el que nos quite todo lo que tenemos y destruya a los seres que más amamos, no será quien nos quite la vida o la salud. Más cornadas da el hambre, decían los toreros. Más cornadas da la existencia normal de los seres humanos. ¿Normal? ¿Qué es lo normal? Lo normal, en tiempos de mis abuelos, era no saber leer y escribir. Lo normal era que algunos de sus muchos hijos murieran en la infancia. Lo normal era que a los sesenta años las personas fueran ancianas. Es posible que entonces mucha gente creyera que todo eso era normal, aunque otras personas pensaron que ese no era un destino obligado para los seres humanos, y decidieron cambiarlo. Enfrente tuvieron a muchos, empeñados en distraer los esfuerzos de la humanidad para otros menesteres, como, por ejemplo, matarse por centenares de millones en dos guerras mundiales. Nada más idiota que los seres humanos aliándose con los jinetes del Apocalipsis para facilitarles su siniestro trabajo. Quizá pronto morir de cáncer sea tan raro como lo es ahora morir de tuberculosis, salvo que, entre tanto, es posible que para nosotros y las personas que más queremos la solución llegue tarde, y todo porque algunos nos están haciendo perder un tiempo precioso.

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