
El descenso del marqués
De la Torre no ha sido el primero en plantear el traslado del monumentomás emblemático de la ciudad
Txema Martín
Sábado, 3 de diciembre 2016, 01:20
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Txema Martín
Sábado, 3 de diciembre 2016, 01:20
El monumento a Larios no es sólo un símbolo de la historia de Málaga, también es un ejemplo paradigmático de escultura pública y de poder. En el conjunto se representa la figura del II Marqués de Larios, tallada en bronce y con los atributos típicos de la aristocracia. Junto a él, pero por debajo del pedestal, se sitúan una alegoría a la Caridad, simbolizada por una mujer desnuda con niño, y otra al Trabajo, representada por un obrero con un pico en su hombro que tuvo como modelo a un torero de la época, Luis Mazzantini. El primer y único traslado real del monumento se produjo el 14 de abril de 1931, día de la proclamación de la II República, cuando unos malagueños derribaron la escultura, la decapitaron y la arrastraron en volandas hasta arrojarla al mar. Sobre el pedestal colocaron al obrero en el lugar del marqués, y así permaneció durante toda la Guerra Civil hasta que, ya en el franquismo, la escultura fue repescada para su recolocación y posterior rehabilitación, llevada a cabo en 1951.
Este incidente popular, esta pequeña pero simbólica revuelta que supuso una auténtica acción colectiva y política, sirvió a su vez de base para la propuesta del colectivo Agustín Parejo School, Intervención en el Monumento al Marqués de Larios, enmarcado dentro del proyecto PLUS ULTRA comisariado por Mar Villaespesa para ser expuesto en el Pabellón de Andalucía de la Expo92. Los Parejo plantearon una acción efímera basada en un desplazamiento de las estatuas: la escultura del marqués pasaría a ser recolocada en la acera, a la altura del viandante, para que así pudiera darse «un paseo por la ciudad», y luego se produciría el alzamiento temporal de la figura del obrero, recolocándolo durante unos días sobre el preciado pedestal.
Como quizás fuera previsible, la acción encontró oposición en las mismas entrañas del poder, concretamente en el grupo socialista que por aquella época gobernaba la ciudad. Este proceso de censura está muy bien documentado por la profesora de la UMA y especialista en arte público, Maite Méndez Baiges, que en un revelador texto publicado en la revista de investigación Arte y Ciudad ilustra y analiza todos estos acontecimientos. La desautorización del proyecto trajo una polémica formidable; Méndez recuerda algunos artículos publicados en el Diario Sur de la época (hablamos de 1992), entre los que figura uno del alcalde Pedro Aparicio, que se lo tomó a broma y lo tituló, muy en su línea, Risum teneatis, algo así como hay que aguantar la risa. También se lo tomaría a cachondeo otro de los censores, el entonces concejal de cultura, Francisco Flores, que describió la intervención como «una ocurrencia, una broma () que no tiene el respeto adecuado ni el tono que se merece la ciudad». En el otro lado, en una columna titulada Relevo frustrado, el poeta Álvaro García no sólo tachaba de error la desautorización del proyecto, sino que además señalaba la situación de la mujer en esta y otras esculturas públicas: casi siempre desnudas, sin nombre propio y como alegoría de virtudes universales, animando a que en lugar del marqués y del obrero se colocara a la mujer con el niño, sólo por unos días.
Este proyecto frustrado tuvo su particular reflejo expositivo en una histórica exposición que mostró no sólo la propuesta de intervención, sino una exhaustiva documentación del acto de censura por parte de las instituciones. La muestra se celebró en el Colegio de Arquitectos, entonces dirigido por Tecla Lumbreras, bajo el nombre de Sin Larios, con un juego de palabras que utilizaba la tipografía y el color corporativo de la marca de ginebra. Al final, se produjo un significativo proceso mediante el cual la censura termina formando parte indisoluble de la obra porque ambas resultan muy descriptivas, hablan de la monopolización del discurso del espacio público, de la democracia, de los símbolos políticos, el género y la clase social. Dicho de otro modo: moló mucho más que lo prohibieran. Resultó más divertido y más irónico. Ahora, gracias a una ocurrencia efímera de Francisco de la Torre, hemos vivido el tercer intento frustrado de desplazamiento del marqués.
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