Un Gobierno... ¿para qué?
El mundo que conocemos -o conocíamos- colapsó ya hace tiempo cuando nos vendieron como crisis lo que no era más que una estafa descarada
MARÍA AUXILIADORA JIMÉNEZ ZAFRA
Sábado, 27 de agosto 2016, 10:35
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MARÍA AUXILIADORA JIMÉNEZ ZAFRA
Sábado, 27 de agosto 2016, 10:35
Es necesario que haya Gobierno. A estas alturas, después de ochos meses de idas y venidas, de campañas, vueltas, debates y tertulias mediáticas, es imposible encontrar un español o española que no esté convencido de que ir a unas terceras elecciones supondría poco más o menos el colapso del mundo que conocemos. Y seguramente, en parte, es cierto. Aunque, en realidad, y si nos detenemos a pensarlo bien, el mundo que conocemos -o conocíamos- colapsó ya hace tiempo, cuando nos vendieron como crisis lo que no era más que una estafa descarada; cuando aprovecharon el miedo y la inseguridad para despojarnos de aquello que con tanto esfuerzo habíamos conseguido; cuando empezaron a decirnos que la única forma de hacer sostenible el sistema era que la mayoría se sacrificara, volviera a perder, para que unos pocos -los mismos de siempre- se llenaran aún más los bolsillos. Y sobre todo, cuando empezaron a decirnos que denunciar todo esto era demagogia. Y muchos lo creyeron.
En realidad, llevamos ya más de seis años de colapso, y si no que se lo pregunten a ese millón de españoles que lleva más de dos años en paro, o a quien pertenece a uno de los 54.100 hogares de Málaga con todos sus miembros en el desempleo. Cada vez con un sistema sanitario peor, con menos recursos para dar respuesta, o con un sistema educativo que vuelve a castigar a quienes no provienen de una determinada clase social.
Y sí, claro, es necesario que haya Gobierno, que se desbloquee la situación, que se afronten los importantes desafíos a los que nos enfrentamos. Pero sobre todo, es necesario que haya un Gobierno que de veras gobierne para la mayoría, que sea consciente de la grave situación de emergencia social existente en este país y que tenga la convicción y la voluntad suficiente para poner remedio. Que entienda que su prioridad, más allá de pretextos y palabrería hueca, tienen que ser las personas, y que para mejorar la calidad de vida de estas es para lo que hay que legislar y gestionar.
Porque la realidad es que, a estas alturas, y por lo visto para algunos, poco parece ya importar todo esto. Perdidos en el pánico a un tercer proceso electoral, apenas se habla de proyectos y programas, de las necesidades de los trabajadores y trabajadoras, de las personas. Y sobre todo, se ha tergiversado tanto el debate que el centro de este ya no es qué modelo o qué tipo de Gobierno, qué proyecto plantea, sino que tan sólo nos limitamos a pedir que exista, como si con el mero hecho de la investidura fueran a resolverse los graves problemas que como sociedad nos afectan.
Cansa ya este teatro. Con un Partido Popular que a pesar de ser el partido más votado arrastra la herencia (y esta sí que es suya) de cuatro años de legislatura de derribo, de soberbia y de «conmigo o contra mí» sabiendo que el mango de la sartén de la mayoría absoluta estaba en sus manos. En política, más temprano que tarde, todo tiene un coste, y el PP paga ahora el suyo sin plantearse siquiera al parecer los motivos de su soledad parlamentaria. Esperando que al final, las presiones, y el miedo y el temor a unas terceras elecciones acaben decantando la balanza a su favor. Y mientras tanto, los trabajadores y trabajadoras, la gente de a pie, también esperamos, cada vez más desesperanzados, un Ejecutivo que, de verdad, trabaje por nuestros intereses, por nuestro futuro, el de la mayoría; que derogue las últimas reformas laborales o implemente un plan de choque para el empleo, que trabaje -con medidas concretas- por un modelo productivo diversificado y sostenible, por ejemplo. Lo contrario de lo que se ha hecho, y de lo cual, interesadamente, casi no se habla.
En unos días habrá debate de investidura, y sin saber si habrá o no Gobierno, el PP vuelve a dar muestras del talante y el sentimiento democrático que ha manifestado en la pasada legislatura, forzando una votación a cara de perro con la pistola de la celebración de unos nuevos comicios en plenas navidades apuntando a la cabeza del conjunto de la Cámara. Extraña forma de inaugurar un nuevo ciclo cuando la libertad de elegir se mediatiza con presiones y chantajes a quienes representan, no lo olvidemos, a un importante porcentaje de la población que no ha votado la opción conservadora. Porque aunque el Partido Popular sea el más votado, no es mayoritario, y los españoles y las españolas no hemos decidido en conjunto que gobierne él, pues si así fuera tendría esa mayoría absoluta de la que carece. Parece obvio, pero visto lo oído y leído en las últimas semanas, igual vale la pena recordarlo.
Puede que el próximo 25 de diciembre vayamos de nuevo a votar, o puede que no. Lo que desde luego no deberíamos es seguir tolerando mentiras, excusas y vaguedades que enmascaren otros intereses y estrategias que no sean la defensa de un modelo social de equidad y justicia para el conjunto de la clase trabajadora, la mayoría de la población en este país. Porque ya está bien de seguir hablando de regeneración del sistema como si este fuera algo ajeno a los ciudadanos y ciudadanas, como si las condiciones de trabajo, de vida, no tuvieran influencia alguna en dicho sistema. Apenas un modelo de democracia formal para seguir ocultando desigualdad, sufrimiento y pobreza. Solo maquillaje y, eso es seguro, no es lo que la mayoría votamos.
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