Lo que fuimos
Antonio Soler
Domingo, 31 de julio 2016, 12:26
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Antonio Soler
Domingo, 31 de julio 2016, 12:26
El mundo parece seguir un movimiento de acordeón. Un encogimiento de aquella melodía feliz que parecían tocarnos en los años noventa, cuando decían que habíamos llegado al cabo de la Historia. Frente a aquella teoría, una vez caídas las Torres Gemelas y reventadas las bolsas de todo el planeta, el mundo se llena ahora de telepredicadores que se ofrecen para llevarnos al pasado. La honda que usan estos pastores es la llamada a las raíces, la devolución por arte de magia a un tiempo glorioso, mucho más pleno que el de hace veinte años. La verdadera grandeza está más allá, en el reino de la fantasía. Donald Trump, los impulsores del 'Brexit', los ultranacionalistas austríacos, los independentistas catalanes, Marine Le Pen, los fanáticos del Daesh, cada cual a su modo y cada cual con un método y unos objetivos distintos, tiene un propósito común. Ser quienes fuimos.
Trump, en su esquemático argumetario, no deja de repetir lo mismo. Volveremos a ser un gran país. Idéntico propósito al de los británicos antieuropeístas que, imbuidos por una nostalgia imposible, sueñan con recuperar las esencias de un imperio desvanecido. Los sanguinarios artífices del Daesh, negocios aparte, arrastran a sus militantes al ejercicio del terror para reivindicar un pasado que jamás existió por mucho que en el mapa de sus fabulaciones llegue desde la antigua Persia hasta la conquistada Al Andalus, es decir, hasta los Pirineos. La globalización, el trasvase comercial, humano, cultural que ha alcanzado el desarrollo de la humanidad en el último siglo son desmentidos por esta gente que trata de frenar lo inevitable y hacer que el movimiento expansivo del acordeón de la Historia se frene en seco.
Creen que cualquier arma es buena para alcanzar ese inmovilismo imposible. Todo sirve para intentar preservar una identidad ficticia y estática. Desde el terror hasta los argumentos más absurdos empeñados en mantener tradiciones brutales sólo por el hecho de que se vienen practicando desde hace siglos. Levantar muros para detener no sólo a la gente más pobre, sino la realidad. Cada cual lo hace en la medida de sus fuerzas. Dirigiendo un partido político hacia el resentimiento o haciéndole el vacío a un vecino de otra raza, degollando a un cura o tatuándose una esvástica. Quieren hacer retroceder la moviola y fijarla en no se sabe qué fotograma del pasado. En un fotograma coloreado, manipulado, y que realmente nunca existió. La Cataluña perdida y añorada por la CUP y Junts pel Sí es un invento, como lo es la América que con un desaforado estilo naif dibuja Trump o la Francia pura de Le Pen. Aquel milagro de la Unión Europea que pretendía dejar atrás los fantasmas de la xenofobia y los nacionalismos anda herido. La vacuna no ha sido lo suficientemente fuerte. El oscurantismo de nuevo anda suelto. Los populistas marchan a toda máquina, su meta es un trampantojo, un invento que en el mejor de los casos huele a naftalina y en el peor a matadero.
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