Uno de los debates inacabados e inabarcables del periodismo es si debe o no ser radicalmente explícito en las imágenes que afecten a las víctimas de cualquier tipo de violencia
RAFAEL SALAS
Sábado, 12 de diciembre 2015, 13:00
Una emisora de televisión ha comprado por cincuenta mil euros los derechos de un vídeo de una cámara de seguridad de uno de los restaurantes ametrallados en la matanza de París del pasado 13 de noviembre. La mercadería de la desgracia, en un tiempo donde se consume todo, se supera a sí misma cada día. Si hay alguien que compra un vídeo de una matanza para difundirlo en su medio de comunicación es que aquí hay alguien enfermo. Esta sería la lógica comercial de unos grandes almacenes o del encargado de colocar la mercancía en las estanterías: si alguien está dispuesto a comprar algo se lo ponemos a su alcance. Claro que en este caso lo que se vende es radicalmente distinto.
Unos de los debates inacabados e inabarcables del periodismo es si debe o no ser radicalmente explícito en las imágenes que afecten a las víctimas de cualquier tipo de violencia: de terrorismo, de género, de tráfico, de guerras, de catástrofes, etc. Cuando se publica la foto del cuerpo ensangrentado de una mujer asesinada por su pareja, de un cliente ametrallado en una terraza o de un niño anónimo muerto en una playa solitaria estamos casi siempre faltando al respeto y a la dignidad de esas víctimas y estamos creando otras víctimas indirectas por una relación de consanguinidad o afectividad. Ver a un hijo tirado en una carretera o a tu padre muerto a los pies de una mesa de una cafetería ametrallada no sé si tiene valor noticiable -que en algunos casos lo puede tener-, pero desde luego no en estos que es cuando el periodismo se convierte en un daño colateral y traumático.
Entre las directrices editoriales de la BBC (valores y criterios) se dice que «necesitamos compaginar la necesidad de ser exactos y precisos con el riesgo de insensibilizar o provocar una angustia injustificada» para añadir más adelante «a no ser que tenga una fuerte justificación editorial». El libro de estilo de 'El País' también incluye una referencia a este asunto cuando dice «Las fotografías con imágenes desagradables solo se publicarán cuando añadan información». Muchas veces se intenta alterar este principio en base a considerar el periodismo como una actividad que debe contar siempre la verdad; que en estos casos actúa como coartada moral.
El vídeo y fotos con todo lujo de detalles del fusilamiento del matrimonio Ceaucescu, presidente de Rumanía, el 25 de diciembre de 1989, recorrió el mundo y abrió un amplio debate sobre la idoneidad o no de difundir estas imágenes tan detalladas. Habrá opiniones para todos los gustos, pero desde el punto de vista periodístico las imágenes aportaban información esencial para la opinión pública. Como ocurrió con el Che Guevara, Hussein o como otros líderes y hombres públicos. Ahí el periodismo puede tener razón. Pero donde no creo que la tenga es en la exhibición gratuita del dolor, en hacer un teatro de la tragedia personal que solo aporta morbo a la información. Recuerdo con vergüenza ajena aquel espectáculo, ¡precisamente en un teatro!, que montó una cadena de televisión cuando aparecieron los cadáveres de la niñas de Alcasser. Una conocida periodista se paseaba por el patio de butacas, micrófono en mano, entrevistando a unos vecinos consternados por lo que acababa de suceder. Primeros planos de lágrimas, de gentes llorando, de gestos de dolor y la periodista paseándose en directo en un mercadeo de dolor y sufrimiento. Era la máxima expresión de una intolerable semiología del infortunio. Aquella gente eran también víctimas de lo sucedido y se estaban convirtiendo en víctimas de un periodismo emocional, que buscaba sólo el espectáculo
En Estados Unidos no vimos ni una sola víctima del 11S. Esto no fue ni una ley del Gobierno, ni un decreto federal; aquello fue un acuerdo tácito de todas las fuerzas sociales incluido el mundo del periodismo, un compromiso moral de toda la ciudadanía. En nuestra tragedia de los trenes de Atocha hubo una carrera mediática a ver quién conseguía más imágenes de cuerpos destrozados, de gente llorando, de sangre derramándose.
El periodismo tiene ahora mismo, especialmente aquí en nuestro país en el mundo ante el terrorismo una cuestión que resolver: ¿realmente aporta algo a la noticia ofrecer imágenes explícitas de las víctimas que hasta ese momento eran anónimas y que podrían seguir siéndolo? Esta pregunta tiene tantas respuestas como periodistas o como lectores, pero hay una cuestión común: no podemos añadir más dolor al ya infligido ni al perjuicio físico añadir el moral y emocional. El periodismo no es un espejo.
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