El dedo tras-tornado de los dioses
Este tornado no da para que los profetas profesionales del cambio climático hagan su agosto en noviembre
Teodoro León Gross
Viernes, 28 de noviembre 2014, 12:48
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Teodoro León Gross
Viernes, 28 de noviembre 2014, 12:48
El Mediterráneo es así. Esta bahía de atardeceres dulces, fotografiados entre las columnas del Balneario como en el Templo de Poseidón del Cabo Sunion, se puede convertir bruscamente en un arma de destrucción masiva. Y en pocas horas caducan los tuits dedicados a la primavera perpetua de Málaga, presumiendo que el sol siempre brilla como en Kentucky. Toca volver a la lección 1: no siempre es primavera aquí. En Málaga, el final del verano siempre es tardío, pero antes o después acaba en un cielo de nubes negras como en la canción de Amaral. Claro que puede haber terral de noviembre, con vientos africanos sazonados de polvo y fuego del Rif para desesperación de los vendedores de abrigos; y pocos días después desatarse la furia de los tornados tras una noche de borrasca homérica como en la partida de Ulises, con el cielo sacudido por ese 'concierto imponente' de Charlotte Bronte, como si los dioses convocaran la partitura sinfónica de la tormenta, con Zeus a la batuta dirigiendo la ira de Hefesto, Perséfone y Apolo.
La normalidad es decepcionante, claro. Pero este tornado no da para que los profetas profesionales del cambio climático hagan su agosto en noviembre vendiendo augurios funestos como sucedáneos del oráculo de Delfos. Un tornado así es infrecuente pero no un hito impensable; en definitiva resulta natural al final del tiempo cálido, con el Mediterráneo convertido en una olla a presión tras meses de altas temperaturas que, en una violenta inversión térmica, acaba así. Si hay suerte, el tornado sólo gira en el mar, danzando como un derviche turco, o va a tierra y sólo arrasa unos sembrados. Si no hay suerte, atraviesa la ciudad y provoca destrozos. A pesar de las estampas catastróficas, no hay margen para la ciencia-ficción. Claro que los adeptos a la Mitología antes que la Física o la Geografía se pueden entretener identificando el tornado como el dedo de algún dios irritable, ya sea Júpiter o Manitú, Lei Gong o Suti, Indra o Thor.
El profesor Ruiz Sinoga suele sonreír con la condescendencia de los sabios ante la perplejidad climática típicamente malagueña -«si es que es normal, esto es el Mediterráneo, donde lo anormal resulta normal»- ya sea por un febrerillo loco de manga corta, lluvias torrenciales en Semana Santa, mayos marceando con heladas, noches extrañamente frías en verano o navidades estivales. La memoria es frágil, pero hemos visto nevar en las aceras de El Palo o un tornado arrasar San Andrés, coches arrastrados por una riada y plusmarcas de toda clase en los termómetros. El tornado se inscribe en la anormalidad normal del Mediterráneo, entre sequías o inundaciones. Eso sí, ya se inaugura por fin el otoño. Del mismo modo que el primer día de la primavera nunca coincide con el primer día primaveral, tampoco el primer día otoñal es el 21 de septiembre sino mucho después. Y ahora, ya sí, se acabó el trasveraneo.
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