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Antonio M. Romero
Lunes, 5 de diciembre 2016, 00:53
«Cuando salí de casa me encontré el mar en la puerta». Quien así relata su experiencia tras la tromba de agua en la capital es Cándido Fernández, vecino de la calle Héroe de Sostoa, a la altura de la gasolinera Alaska, donde el agua hizo balsa anegando portales, garajes, comercios y afectando a los coches y motos aparcados en el exterior. «Las motos estaban flotando y se desplazaron los contenedores», explica mientras con un trapo y un cubo limpia el interior de su vehículo mientras su esposa le protege de la lluvia con un paraguas.
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Son las diez de la mañana y lo peor ya ha pasado, pero los residentes en esta zona de la capital no paran de achicar agua y de limpiar lodo y barro de sus viviendas, negocios y vehículos. «Esto es una ruina. El agua ha anegado todo el establecimiento y no es la primera vez que sucede. Además de las pérdidas, que ahora, a ojo de buen cubero, puede ser de unos 10.000 euros, tendré que estar un par de días sin poder abrir el negocio mientras adecentamos la tienda», relata, visiblemente afectado y enojado, José Antonio, el dueño de Artes Jomasa, tienda especializada en cuadros y reproducciones artísticas, mientras recoge el material, parte del cual quedó visiblemente dañado.
No muy lejos, en una tienda de alimentación, los propietarios, una familia de origen chino, se quejan de que no han podido abrir su negocio y de que parte de los productos están dañados, aunque no quieren hablar más. En la gasolinera Alaska, uno de los empleados relató que el agua «entró como una ola» producido por el efecto provocado por el hecho de que el servicio de autobuses no se cortó y siguió funcionado y al pasar por las balsas de agua, las removía y las hacía llegar hacia las viviendas y negocios. Esta queja fue muy comentada por varios de los afectados consultados por SUR.
El recuerdo de 1989
Los vecinos de Héroe de Sostoa, la calle Princesa y Huelin, tres de las zonas más afectadas en la parte oeste de la capital, mostraron su indignación por la falta de limpieza en las alcantarillas, lo que, a su juicio, contribuyó a aumentar los efectos devastadores de la tromba de agua.
«Las alcantarillas estaban atascadas por la suciedad y por la caída de las hojas, si no es por los vecinos, que hemos tenido que improvisar palancas para levantar las arquetas nuestras casas se hubieran anegado», relató Guillermo Fernández a las puertas de su vivienda en la calle Peñón del Berrueco, en el entorno de Tabacalera, al tiempo que lamentó la tardanza de los servicios municipales en acudir.
Unos metros más allá, en la calle Cañizares, se podían ver algunas arquetas levantadas para que pudieran absorber el agua. «Estaba todo atorado», coincidían en relatar los clientes de un bar de la zona.
«Aquí no han hecho ninguna limpieza de los sumideros, estamos siempre abandonados», afirmó Manuel de los Ángeles, un residente de la calle Héroe de Sostoa.
«Esto ha sido impresionante, nunca había visto una cosa así», relata, aún nerviosa, Josefa Bustamante a las puertas de su bloque de viviendas mientras que con un recogedor saca agua desde su portal. Justo al lado, Jesús intenta poner en marcha su vehículo: «No arranca, he avisado a la grúa para llevarlo al taller».
En el bar Virgen de la Paloma, mientras se sirven cafés, chocolate y churros, los clientes comentan lo ocurrido y los más veteranos evocan lo sucedido hace veintisiete años, cuando las grandes inundaciones de Málaga. «Cuando he visto cómo estaba la calle me he acordado de lo que pasó en 1989», relata Guzmán Carmona mientras a su lado su hermano, Raúl, y su vecina Dolores García asienten.
Los relatos son similares en la zona de la calle Princesa y el barrio de Huelin, donde las balsas dificultaron el tráfico y el tránsito durante las primeras horas de la mañana. «Hemos pasado mucho miedo, parecía que el agua iba a entrar en nuestra casa», relata Remedios García mientras habla de lo sucedido con un grupo de vecinos.
Las situaciones de inundación y de peligro se vivieron también ayer al borde del mar. Especialmente temerosos estuvieron los vecinos de las casas situadas junto a la desembocadura del arroyo Jaboneros, en la zona este de la capital, que denunciaron que la confluencia de los aportes de este río con las olas del mar generan con frecuencia un montículo de tierra que ejerce como presa e impide desaguar adecuadamente la zona. «Esta vez no se me ha inundado la casa porque el agua ha conseguido romper por su propia fuerza esa especie de presa, pero ya he tenido que ver mi vivienda inundada en anteriores ocasiones, no hay derecho», explicó Marta Domenech, vecina de la calle Mediodía, quien apuntó que este problema se arreglaría fácilmente si el Ayuntamiento o la Junta enviaran una excavadora para allanar el terreno de la desembocadura cuando existe riesgo de fuertes lluvias. «El viernes mandé un correo electrónico a la junta de distrito para advertirles del problema, pero me contestaron que tenía que dirigirme en persona a sus oficinas para denunciarlo», comentó esta vecina.
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