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Antonio M. Romero
Domingo, 19 de febrero 2017, 16:49
La historia de las inundaciones volvió a repetirse en el número 60 del Paseo de Sancha, conocido desde hace tiempo como La casa de los fantasmas. Al igual que sucedió en 2012, las intensas lluvias de la madrugada de este domingo se cebaron especialmente con el garaje y los locales comerciales situados en este inmueble, ubicado a escasos metros de la Subdelegación del Gobierno y de uno de los arroyos que bajan de la parte alta del Limonar. Fue un día intenso de limpieza de barro y la suciedad arrastrada por el agua.
«Esto es un desastre. La historia se vuelve a repetir», relató una apesadumbrada María Ventura, que tenía dos coches y una moto estacionados en el aparcamiento del edificio y que al mediodía estaba aún totalmente inundado, siendo imposible acceder al mismo. «Habrán quedado inservibles», apuntó.
El número de vehículos que se encontraba en el garaje no pudo ser cuantificado, aunque la mayoría de los vecinos suelen guardarlos por la noche lo que hacía presuponer que eran bastantes. El agua y los residuos llegaban hasta las rampas de entrada y salida.
Especialmente afectados fueron la docena de comercios (asesorías, autoescuela, agencia de viajes o tintorería) que tienen su sede en los bajos del inmueble. Francisco Javier Florido, de la empresa De la Mano Asistencia Sociosanitaria, mostró una fotografía de cómo el agua salió por e inodoro y el lavabo. «Esta situación ya la vivimos hace cinco años y ahora la volvemos a sufrir porque los políticos no actúan sobre el problema principal que es la limpieza de los cauces de los arroyos», relató mientras achicaba agua de su establecimiento. Añadió que había perdido documentación y que los equipos informáticos estaban «muy» dañados.
Lo mismo le sucedió al resto de empresas, algunas de las cuáles dudaban de que hoy puedan abrir sus puertas para atender a los clientes. Respecto a los daños aún era prematuro para cuantificarlos, según manifestaron.
Cubo y fregona en mano Ángel, de la tintorería instalada en el inmueble, se afanaba en quitar el barro mientras sobre la pared se veía la altura que alcanzó el agua, «en algunos sitios casi medio metro». A su lado, la maquinaria muy deteriorada y parte de la ropa de los clientes manchada. «Habrá que tirarla», dijo con pesadumbre.
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