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Alvaro Frías
Jueves, 13 de octubre 2016, 00:15
Una escuadra de guardias civiles avanzaba solemne hacia su patrona, la Virgen del Pilar. Iba a depositar una ofrenda floral en honor de los agentes que ya nunca volverán a estar junto a sus compañeros. Rafael Galán los observaba mientras su memoria le invitaba a un fugaz viaje por el pasado. Sus puños se cerraban y la emoción le embriagaba, así comenzaba la travesía.
Rafael es el agente, ya retirado, más veterano que hay en la provincia de Málaga. Ayer acudió a los actos que la Guardia Civil organizaba con motivo de su patrona en la Comandancia de la capital. Mientras la lluvia caía sobre los tricornios de los agentes de la escuadra, sus recuerdos le arrastraban 66 años atrás, cuando ingresó en el Instituto Armado.
Pocos meses después, un tiro en la rodilla le dio la bienvenida al cuerpo. A sus 91 años, no ha perdido un ápice de fortaleza, con una memoria envidiable que le recordaba momentos de su vida en los que perseguía por Málaga a Eleuterio Sánchez El Lute o en los que llegó a esclarecer un quíntuple homicidio de unos pescadores en alta mar.
El cuerpo ha cambiado mucho desde entonces, cuando «la bicicleta era el vehículo más rápido» del que disponía. Pero es cierto que hay cosas que no lo hacen. Sus ojos se enrojecían. Se emocionaba al pensar en el «honor», «lo más importante que hay», algo que «la Guardia Civil mantiene» y «que ningún hombre debería perder».
Pensaba en sus antiguos compañeros, esos que «ya por desgracia» nunca podrán regresar a las comidas que hacían después de retirarse. Rafael los echa de menos, al igual que Francisco Martín a su padre, de quien se acordaba mientras podía escucharse el sonido del impacto contra el asfalto mojado de las botas de los agentes que desfilaban para llevar la ofrenda floral a los pies de su patrona.
El padre de este guardia civil también pertenecía al cuerpo. Francisco le recordaba al volante de los coches oficiales de la Casa Real. Tiene esa imagen grabada en la cabeza. Entonces era un crío, pero ya sabía que acabaría vistiendo el uniforme del Instituto Armado. Siempre ha sido su «pasión», «vocación por ayudar a los demás pase lo que pase».
Lo hace cada vez que sale a la calle con Ogro, Kuanton y Kim. Él y estos tres perros son «un equipo con una conexión especial», que trabaja en la Unidad Canina desde hace años para detectar drogas, armas o dinero.
Ayer los dos fueron reconocidos por los años de servicio que han prestado. Rafael agarraba entre sus manos una placa que le agradecía toda su entrega durante años, mientras que del uniforme de Francisco colgaba la medalla al Mérito de la Guardia Civil con distintivo blanco.
Las suyas son unas leves pinceladas de la infinidad de historias que hay detrás de cada uno de esos héroes anónimos que cada día se enfundan el uniforme para salir de casa con el objetivo de prestar servicio a la sociedad.
El fuerte estruendo de una salva rescataba a Rafael y Francisco de sus pensamientos. La escuadra de guardias civiles ya había depositado la ofrenda floral a los pies de su patrona. Las detonaciones de los rifles recordaban a los compañeros fallecidos, mientras una voz les consolaba: «No quisieron andar otro camino, no supieron vivir de otra manera».
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