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A. PÉREZ-BRYAN
Sábado, 13 de agosto 2016, 00:44
El lugar donde reposan Torrijos y los suyos es una cripta pequeña, baja y profunda que sólo se ha abierto tres veces desde entonces. La primera, en la Segunda República, la segunda durante la Transición y la última el 27 de septiembre 2005.
¿Pero qué esconde este pequeño espacio? ¿Qué encontró el último equipo de trabajo que descendió a las profundidades de la cripta? La jefa del negociado de Patrimonio del Ayuntamiento de Málaga, Fanny de Carranza, es la máxima responsable en la conservación de este legado y lo recuerda como si fuera ayer: «Todo estaba podrido y roto porque tras las inundaciones de 1989 en la capital el agua había entrado en la cripta». Los trabajos no fueron sencillos por el estado de conservación de los restos y por lo reducido del espacio en el que tuvieron que trabajar los especialistas. Con ella estuvieron un grupo de técnicos de Parcemasa y una representación de la Asociación Cultural Torrijos 1831, que fueron testigos de excepción de las labores de estudio y recuperación de De Carranza y su equipo y los impulsores del adecentamiento de este espacio.
Los trabajos duraron dos días y comenzaron a primera hora. «Eran las seis y media o siete de la mañana porque queríamos evitar una excesiva concentración de público. Al fin y al cabo íbamos a exhumar cadáveres», rememora la arqueóloga municipal, quien confirma que el acceso a la cripta es algo absolutamente «excepcional». Y además difícil desde el punto de vista técnico. «Está completamente sellada». La piedra hubo que retirarla con una grúa, y una vez dentro hubo que luchar contra las humedades y el agua de aquellas inundaciones.
Allí, a su alcance para ser revisados y dignificados, estaban los restos de los restos, que habían permanecido hasta entonces en unas cajas de madera afectadas por el paso del tiempo y la humedad. Los huesos del general Torrijos y sus hombres estaban en muy mal estado, hasta el punto de que no se encontró «casi ningún hueso de gran tamaño». Tras analizarlos, la responsable del patrimonio municipal y su equipo los distribuyeron en varias cajas de acero inoxidable, un material óptimo para resistir la humedad y el agua: en dos cajas grandes se introdujeron los huesos de los 46 hombres represaliados junto con Torrijos y López Pinto, y en sendas pequeñas los restos de estos dos militares.
Pero el deterioro del cuerpo de Torrijos respondía a una causa más allá del paso del tiempo: Torrijos y sus hombres fueron trasladados en un primer momento al cementerio de San Miguel, pero hasta el descanso definitivo en la plaza de La Merced pasaron once años que coincidieron en el tiempo con dos sublevaciones. Los simpatizantes de la causa liberal decidieron llevarse el cuerpo de Torrijos del catafalco del cementerio en el que reposaba para evitar que profanaran su tumba. Y así fue como el general terminó «por dos veces» enterrado en una de las cuevas del Peñón del Cuervo. Ese cambio de ubicación terminó por afectar a los restos, que ya llegaron muy deteriorados a la plaza de La Merced.
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