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Ana Pérez-Bryan
Sábado, 9 de abril 2016, 00:46
La historia de José María de Torrijos y sus hombres ha permanecido, literal, enterrada durante años. Tantos como los que llevan bajo el monolito de la Plaza de la Merced. Allí descansan el general liberal y 47 de sus hombres, fusilados en las playas de San Andrés el 11 de diciembre de 1831. El lugar, una cripta pequeña, baja y profunda que sólo se ha abierto tres veces desde entonces. La primera, en la Segunda República, la segunda durante la Transición y la última el 27 de septiembre 2005.
¿Pero qué esconde este pequeño espacio? ¿Qué encontró el último equipo de trabajo que descendió a las profundidades de la cripta? La jefa del negociado de Patrimonio del Ayuntamiento de Málaga, Fanny de Carranza, es la máxima responsable en la conservación de este legado y lo recuerda como si fuera ayer: Todo estaba podrido y roto porque tras las inundaciones de 1989 en la capital el agua había entrado en la cripta. Los trabajos no fueron sencillos por el estado de conservación de los restos y por lo reducido del espacio en el que tuvieron que trabajar los especialistas. Con ella estuvieron un grupo de técnicos de Parcemasa y una representación de la Asociación Cultural Torrijos 1831, que fueron testigos de excepción de las labores de estudio y recuperación de De Carranza y su equipo y los impulsores del adecentamiento de este espacio.
Los trabajos duraron dos días y comenzaron a primera hora. Eran las seis y media o siete de la mañana porque queríamos evitar una excesiva concentración de público. Al fin y al cabo íbamos a exhumar cadáveres, rememora la arqueóloga municipal, quien confirma que el acceso a la cripta es algo absolutamente excepcional. Y además difícil desde el punto de vista técnico. Está completamente sellada. La piedra hubo que retirarla con una grúa, y una vez dentro hubo que luchar contra las humedades y el agua de aquellas inundaciones, por no hablar de una legión de cucarachas y unas babosas pegadas en las paredes como las que nunca había visto en mi vida, recuerda.
Allí, a su alcance para ser revisados y dignificados, estaban los restos de los restos, que habían permanecido hasta entonces en unas cajas de madera afectadas por el paso del tiempo y la humedad. Los huesos del general Torrijos y sus hombres estaban en muy mal estado y se correspondían con 48 cadáveres en total porque el número 49, el del irlandés Robert Boyd, no fue sepultado con ellos porque era anglicano y en la época no estaba permitido compartir camposanto (él descansa en el Cementerio Inglés).
En ese escenario, Carranza y los técnicos de Parcemasa analizaron minuciosamente el material de la cripta. El paso de los años y la humedad habían hecho mella en los cuerpos, hasta el punto de que no se encontró casi ningún hueso de gran tamaño. De Torrijos, cuyo cadáver estuvo en una caja independiente, al igual que el de su compañero López Pinto, apenas quedaban muestras óseas, algún diente y restos de la botonadura de la indumentaria con la que fue fusilado por orden del monarca absolutista Fernando VII. El resto de sus hombres compartía un espacio común. Tras analizarlos, la responsable del patrimonio municipal y su equipo los distribuyeron en varias cajas de acero inoxidable, un material óptimo para resistir la humedad y el agua: en dos cajas grandes se introdujeron los huesos de los 46 hombres represaliados junto con Torrijos y López Pinto, y en sendas pequeñas los restos de estos dos militares.
Enterrado en el Peñón del Cuervo
Pero el deterioro del cuerpo de Torrijos respondía a una causa más allá del paso del tiempo. Tal y como explica Fany de Carranza y confirma la historiadora Mar Rubio, responsable de la empresa cultural Cultopía (www.cultopia.com) y de la ruta sobre el general liberal, Torrijos y sus hombres fueron trasladados en un primer momento al cementerio de San Miguel para recibir sepultura. Desde ese momento hasta que encontraron el descanso definitivo en la plaza de La Merced pasaron once años, que coincidieron con un periodo de revueltas y enfrentamientos entre absolutistas y liberales que terminaron por afectar a los huesos de Torrijos. ¿Por qué? Lo desvela De Carranza: en dos sublevaciones concretas que tuvieron lugar en Málaga los simpatizantes de la causa liberal decidieron llevarse el cuerpo de Torrijos del catafalco del cementerio en el que reposaba para evitar que profanaran su tumba. Y así fue como el general terminó por dos veces enterrado en una de las cuevas del Peñón del Cuervo. Ese cambio de ubicación terminó por afectar a los restos, que ya llegaron muy deteriorados a la plaza de La Merced.
No sólo cuerpos
Al abrir la cripta, los especialistas no sólo encontraron los cuerpos de estos 48 hombres. También documentación de la época bastante bien conservada, en palabras de De Carranza, y sellada dentro de tres botellas. Este material fue introducido en la cripta con motivo de los enterramientos y con él se quería poner en contexo la época para las siguientes generaciones: prensa de la época o una proclama del alcalde y del gobernador civil animando al pueblo a que se sumaran a la solemne comitiva que iba a acompañar a Torrijos y los suyos a su última morada forman parte de este legado documental, que fue extraído de la cripta para su conservación y hoy se atesora en La Alcazaba, sede del negociado del Patrimonio municipal. También se recuperaron y trasladaron a este espacio las dos lápidas de piedra originales de los enterramientos en el cementerio de San Miguel, que fueron sustituidas por otras reproducciones exactas y que custodian las cuatro cajas de acero inoxidable donde se encierra una de las historias más apasionantes de la Málaga del siglo XIX. De Carranza confirma que el legado, ya recuperado, aguantará perfecto y sin problemas hasta que llegue el momento de una nueva visita. Pero para eso tendrán que pasar unas décadas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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