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Ana Pérez-Bryan
Miércoles, 27 de enero 2016, 00:31
Con el debate de las terrazas ocurre como con los combinados que muchos consumen a horas punta mientras disfrutan de una conversación relajada en el exterior de un local. Gustan en su justa proporción, pero en caso de exceso pueden llegar a marear y tener el efecto contrario. Por eso es mejor saber dónde está el límite para evitar el dolor de cabeza. «Las terrazas están bien, pero algunas se pasan». Lo dice sentada cómodamente en una de ellas María José Maldonado, que apura una baguette y una cerveza en compañía de su amiga Reyes Núñez en el corazón de calle Strachan, una de las más concurridas por los negocios de hostelería y, por lo tanto, de sus espacios exteriores. Esta vecina de El Limonar señala con el dedo un punto concreto de la calle que comunica esta vía con calle La Bolsa y tira de un símil sumamente explícito: «Es que allí, por ejemplo, ponen unas mesas inmensas, y tampoco se pueden montar cuartos de estar en las aceras».
Ambas admiten que las terrazas «gustan», pero en momentos puntuales como la Semana Santa y Feria algunas calles se convierten en «intransitables». También en Navidad, una fecha marcada en rojo en el calendario con la que los negocios de hostelería han hecho su agosto en pleno invierno pero que ahora ha dejado paso a la cuesta de enero. Y esto, unido al fin de mes, se nota estos días en las terrazas, más tranquilas que de costumbre pero con todas sus mesas y sillas perfectamente desplegadas a modo de reclamo.
«Después de estos días tan intensos muchos negocios dan de descanso a sus camareros el lunes y el martes», dice a unos pocos metros de donde María José y Reyes dan cuenta de su aperitivo Juanma Fernández, un comercial de 46 años que explica «por qué la cosa está tan tranquila» y que se patea a diario los bares del centro desde hace un año y medio. Como distribuidor de hostelería, conoce al dedillo el problema y también admite que algunos «se columpian, aunque no son tontos y saben hasta dónde pueden llegar». Por eso, este malagueño está de acuerdo con que «se regule y se controle más el tema de las terrazas», sobre todo a raíz de la extraordinaria proliferación de negocios de hostelería en zonas como la plaza del Carbón, Uncibay o calle Strachan; algunos incluso en un visto y no visto «porque duran apenas un par de meses y luego abre otro». Pero a su juicio, existe otro fenómeno que da «peor imagen» que el de la saturación de las terrazas en sí: el de los empleados que a las puertas de los establecimientos «te abordan y te insisten con las cartas» para captar clientes.
Lucha contra el tenderete
Este perfil al que se refiere Juanma se da sobre todo en zonas como la plaza del Carbón y calle Calderería, una de las más concurridas del centro histórico (también ayer) y donde un chaval vocifera a un grupo de extranjeros con más cara que don de lenguas para que entren a comer a su local. Nada que ver con la realidad de otras ciudades españolas e incluso europeas. «Deberíamos mirar el ejemplo de lugares como Oporto, donde las terrazas están cuidadas y son similares entre sí», sugiere a la entrada de calle Alcazabilla Mateo García, que por su trabajo como diseñador gráfico no sólo lamenta el problema de la saturación, sino el de la falta de un orden estético en determinadas calles. «Es cierto que hay zonas muy saturadas, pero atacar a las terrazas y eliminarlas es una equivocación», reflexiona García, que insiste sin embargo en ser inflexible con el concepto de tenderete. A su lado asiente Eugenio Jiménez, sevillano de visita en Málaga que confirma que en su ciudad natal el problema de la excesiva ocupación de la vía pública «está igual que aquí». «Es un hecho que hay lugares por los que no se puede pasar», admite.
El discurso es casi idéntico también en el caso de los más jóvenes. Elena (24 años) Silvia (23) y Fran (24), los tres estudiantes, reconocen que las terrazas en calle Alcazabilla por donde pasean están «bien porque la calle es ancha, pero cuando te vas a otras zonas no es tan agradable». Los tres, además, amplían el debate a problemas paralelos como el del ruido en la vía pública, «porque la gente en general tiene poca conciencia cívica».
A quien no molestan «en absoluto» las mesas y las sillas en el exterior es a Honza Simecek, un checo de 37 años que vive desde hace dos en España y que a pesar de moverse con el carrito de su bebé de cinco meses por las zonas más complicadas lo ve «todo positivo». «Esto es bueno para Málaga, tenemos que aprovechar este buen tiempo, ¿no?», zanja.
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