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Ignacio Lillo
Miércoles, 12 de noviembre 2014, 19:47
«Como caiga lo que viene para acá...», pensó, al ver aquellas nubes negras. Era un presagio. Estaba en el polígono Azucarera, donde tenía y todavía mantiene, aunque en otra nave su negocio de carretillas elevadoras, Intermástil. Fue al colegio a recoger a sus hijas y al regresar el agua ya llegaba a media altura de los coches. «El arroyo de las Cañas se desbordó y se sumó al Guadalhorce, el polígono entero era un río». El agua alcanzó hasta un metro y medio de altura. Estaba helada porque había granizado y no tenían ni botas de agua.
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«Cogimos una grúa y una pala excavadora para sacar a la gente atrapada en las naves. Por la noche encendían mecheros y gritaban para que los viéramos». Así rescataron a casi medio centenar de trabajadores. Los coches, las mercancías y hasta los barcos de un negocio de náutica habían salido flotando y se agolpaban contra los muros. En los últimos viajes el agua llegaba ya al parabrisas de la máquina y formaba olas, hasta que afectó a la batería y estuvieron a punto de quedarse atrapados en la corriente.
Finalmente, el vehículo arrancó y lograron salir, pero ya no se arriesgaron más y el resto de los afectados tuvieron que pasar la noche en las plantas superiores. «Estábamos con la indecisión de no saber si el nivel seguiría subiendo, pero la gente se metió a ayudar con una solidaridad inmensa, sin pensar en lo que les pudiera pasar». Como recordatorio de aquellos momentos, en su sede actual pintaron de rojo las paredes justo hasta la altura que alcanzó la riada.
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