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Juan Cano
Jueves, 14 de agosto 2014, 01:50
La emisora del coche patrulla cantó el aviso. Habían sacado a un hombre del mar con graves signos de ahogamiento en una playa de El Palo, frente al antiguo restaurante Casa Pedro. El subinspector Carlos Alfaro y su compañero Juan José Padilla estaban cerca. «Sólo tardamos un minuto en llegar», recuerda este último agente.
La escena con la que se encontraron hablaba por sí sola. La víctima, un turista madrileño de 77 años, estaba acompañado por los dos socorristas que lo habían rescatado. «Estaba inconsciente. Lo tenían puesto de lado y, entonces, entró en parada y empezó con los estertores de la muerte. Ya ni respiraba», describe el subinspector. Él sabía qué hacer. Lo tenía fresco en la memoria. «En junio hice un curso para aprender a manejar desfibriladores y vimos técnicas de primeros auxilios. Pensé: Yo sé cómo hacerlo», afirma Alfaro.
Atención de curiosos
Se arrodilló junto a él y comenzó a practicarle maniobras de resucitación con ayuda de los socorristas. Mientras, Padilla intentó como pudo establecer un perímetro para que su compañero pudiera actuar tranquilo, porque cada vez se agolpaban más curiosos a su alrededor. Entre el gentío, había una mujer que lloraba. «Era la esposa», dice el agente.
Alfaro repitió cuatro veces la maniobra. «Empecé con el minuto de la vida y después cambié la frecuencia». De pronto, el bañista reaccionó. Expulsó el agua que bloqueaba sus pulmones, recuperó el pulso y comenzó a respirar. «Si no es por Carlos, ese hombre estaría muerto», asevera Padilla. Un hombre lo trasladó al hospital mientras el gentío aplaudía la providencial intervención de los policías. La esposa seguía llorando, pero ahora de alegría. «No paraba de darnos las gracias», recuerdan. Su marido está sano y salvo. Ha vuelto a disfrutar de la playa y de los días que le quedan de vacaciones en Málaga junto su mujer.
Alfaro acabó el turno y regresó a casa, con su familia, pero con un semblante diferente. No había sido un día cualquiera. «Nada más llegar, le conté a mi mujer lo que nos había pasado. Aunque esté mal decirlo, le salvamos la vida a ese hombre». La respuesta de su esposa resume la máxima de su profesión: «Ese es vuestro trabajo». Alfaro lo tiene claro y, al pensar en el servicio, se acuerda de aquel seminario para manejar desfibriladores al que se apuntó por vocación. «Nunca en mi vida me he alegrado tanto de hacer un curso».
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