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Cuando se habla de pinsapos en la provincia de Málaga, en las sierras que desembocan en la Costa del Sol, hay que retrotraerse a por qué esta especie relíctica se quedó acantonada en estos bosques de cuentos impropios de estas latitudes. El ‘Abies pinsapo’ fue dado a conocer a la ciencia internacional por el suizo Boissier, que en 1838, quien fuera guiado a su vez por los botánicos malagueño Prolongo y alemán Haenseler hasta estas sierras. Este abeto, que es uno de los bastiones y, sin duda, la joya de la Corona del futuro parque nacional, es una especie superviviente de la época de las glaciaciones, de ahí que padezca sobremanera los duros veranos malagueños.
Hubo una época en la que la nieve cubría casi todo el año estas montañas. Entonces, el pinsapo crecía a sus anchas. Por encima de los mil metros, mirando al norte y en umbría. Su ubicación predilecta. Hoy día se conforma con la altura y con unas temperaturas que suelen ser más benevolentes que en la costa. Estas son las difíciles condiciones climáticas a la que ha tenido que someterse un abeto, que se encuentra desubicado en un clima mediterráneo como el de Málaga. Con inviernos suaves, sin gran abundancia de lluvias y veranos al rojo vivo. Y detrás, la amenaza constante del cambio climático, es decir el ascenso paulatino de las temperaturas. Pero ha habido otros obstáculos a lo largo de la historia que ha tenido que superar para que hoy nos adentremos en la majestuosa cañada del Cuerno y ascendamos hasta puerto Pilones como si de un bosque encantado se tratara.
Como bien explicaba la semana pasada el jefe del Departamento de Actuaciones en el Medio Natural de la Consejería de Medio Ambiente en Málaga, José Quintanilla, durante su discurso de entrada a la Academia Malagueña de Ciencias, ya a principios del siglo XIX el botánico valenciano Simón de Rojas Clemente hace la primera descripción somera del abeto, en la que dice que es el árbol más común de entre todos ellos (en Grazalema y Ronda) pero continúa diciendo que sólo sirve para tablas, vigas de casa y para leña, al tiempo que explica que el guarda sólo custodia el quejigo, el alcornoque y la encima. Con este texto deja claro que en 1809 no se protegían porque no se sabía de su importancia botánica. Con Boissier empiezan los estudios del abeto español, que se recogen en su libro ‘Viaje botánico por el Sur de España, en 1839, y es a partir de sea fecha cuando empiezan a aparecer escritos que denuncian el deficiente estado de conservación de la sierra de las Nieves. Cuando Boissier llegó a Málaga, los lugareños conocían los pinsapos y lo usaban para procesiones y fiestas, porque sus ramas tienen forma de cruz. Y ya en aquella época el insigne botánico descubre un pinsapar de Yunquera con poca profusión de árboles, algunos pequeños rodales y pies sueltos. Ya en 1858 el ingeniero de Montes Laynez habla de la gravedad de cómo se encuentra la especie, con árboles reviejos y en decadencia, que apenas tienen regeneración, y a la que ha causado importantes daños los incendios y el paso de los neveros, las personas encargadas del cuidado de los pozos donde se guardaba la nieve, que desmochaban los pinsapos para tapar los pozos y para calentarse. Y ahí decía una cifra: que quedaban 26.000 pinsapos en la sierra de las Nieves, todos ellos de las últimas edades, como bien cuenta Quintanilla. El ingeniero forestal Máximo Laguna en 1958 hacía hincapié en que su destrucción, en breve plazo, era inevitable. Y explicaba que, aunque tiene poca importancia por su capital y renta (piensen que en aquella época sólo se pensaba en montes que fuesen productivos, no en parques naturales, como ahora), su importancia botánica es tal que en Europa, sólo España, y en ella, la Serranía de Ronda, produce espontáneamente esta especie. Y ya en aquella época se llevaban semillas del abeto a los principales parques y jardines de otros países europeos, que eran “el orgullo y el primer adorno”.
La situación, por desgracia continúa, y en 1874 el primer presidente de la Sociedad Malagueña de Ciencias, Domingo de Orueta y Aguirre, declara la situación tan penosa del árbol, llamando la atención a las autoridades del Gobierno, donde ya había leyes para preservarlos que no se cumplían. Ingenieros de montes como Luis Ceballos incidían en el mal estado de la masa, en 1929, y ponía de ejemplo cómo se extinguían en las montañas de Sicilia el ‘Abies nebrodensis’ y que en Málaga acabaría pasando lo mismo si no se ponía remedio. Ya en 1928 el ingeniero de Montes Luis Ceballos hace alusión a la publicación en el Diario El Sol de la compra del pinsapar por el Estado a causa del deterioro manifiesto y la alta mortandad de árboles viejos y la falta de regeneración para que lo sustituyese, y así mismo con la intención de declararlo parque nacional. Ya ha llovido casi un siglo, y es ahora cuando de verdad el sueño de parque nacional se encamina para estas sierras. Son los tiempos de esta provincia. Lentos, y no se sabe si seguros.
La marquesa de Casa Valdés, que se hace eco de las enseñanzas del botánico Modesto Laza Palacios, escribe en un artículo en el ABC en 1964 sobre la imperiosa necesidad de que la sierra de las Nieves sea parque nacional, cuando ya en 1945 se había comprado el pinsapar de Ronda por parte del Estado y se empieza a controlar, en plena posguerra, los rebaños de cabra, que se comían los brotes tiernos de las nuevas plantas, como cuenta el jefe del Departamento de Actuaciones en el Medio Natural de la Consejería de Medio Ambiente en Málaga.
Por fin,la verdadera restauración empieza cuando el Patrimonio Forestal del Estado se hace cargo de las gestión de los montes de El Burgo, Yunquera, Tolox y Parauta, como bien cuenta Quintanilla, y es con la llegada de los ingenieros de Montes José Ángel Carrera Morente y Miguel Álvarez Calvente cuando empiezan a repoblar la sierra de las Nieves. En concreto, a partir de 1958 se realiza una repoblación de más de 74.000 hectáreas de los montes de El Burgo y Tolox y otras muchas sierras de la provincia para mejorar las masas forestales. En 1959, Ceballos cuenta cómo se realizan reforestaciones en la sierra de las Nieves con 20.000 pinsapos criados en macetas, y se alegra de que en esa fecha, y gracias a los citados esfuerzos, se haya mejorado ostensiblemente este enclave.
A este trabajo de repoblación se sumó la dotación de guardas forestales para llevar a cabo los trabajos y para controlar el exceso de ganado en el monte. Álvarez Calvente consiguió revertir la situación de retroceso de este árbol rey, que en 1962 contaba tan sólo con 400 hectáreas (de masa dispersa y ejemplares sueltos) a las 1.006 hectáreas actuales de bosque continuo en Yunquera, que es el municipio que más masa de este árbol ostenta. Más tarde, ya en 1989, cuando la sierra de las Nieves es declarada parque natural, su primer director conservador Miguel Ángel Catalina, que más tarde sería director del Infoca, se encargó de realizar la defensa forestal contra los incendios, que en este siglo han sido su peor enemigo. Por último, el actual director de la sierra Rafael Haro lleva cerca de siete años trabajando con ahínco para que se declare parque nacional, lo que supondrá un gran espaldarazo para este espacio natural, como hace hincapié Quintanilla, quien conoce esta sierra como la palma de su mano, a la que ha dedicado más de dos décadas de su vida.
Por resumir, la protección de estos bosques, la regeneración de los mismos, la vigilancia a través de la guardería forestal y la lucha contra los incendios forestales han posibilitado que hoy día contemos con estos pinsapares de los que podemos enorgullecernos en el mundo entero por su singularidad y altísimo valor botánico.
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