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Mari Carmen Jaime
Martes, 2 de junio 2015, 00:01
Los que conocían antes de la catástrofe ambiental de 2012 el entorno afectado por este macroincendio y lo comparan con la estampa actual ven que la naturaleza, sobre todo la flora, ha mejorado. Sin embargo, quienes residen «desde hace 30 años» en la zona, como ocurre con Karrin Covert, propietaria de una finca en Barranco Blanco, hace una valoración muy distinta «este paraje natural idílico ha pasado a ser una pesadilla».
Francesa de nacimiento, regenta el centro de recuperación de animales Equinatural, dedicado a la recogida, protección y mantenimiento de caballos, que también emplea para hacer rutas terapéuticas por un entorno donde el verde y el negro aún se mezclan. «Hay fincas privadas que no se han arreglado, espacios públicos en los que sí han actuado las administraciones pero otros, que nadie sabe muy bien a quien pertenece, donde ha crecido el matorral a los pies de la arboleda muerta».
Fiel a su profesión, y a un entorno que ama desde que «lo visité por primera vez cuando vine de vacaciones con mis padres», asegura que la conciencia «sobre todo ciudadana» debe ir más allá que la organización de repoblaciones voluntarias que todos los municipios afectados han desarrollado. «Barranco Blanco es un entorno protegido» y, aunque las autoridades advierten incluso con cartelería de la prohibición de conducir vehículos a motor en temporada alta, «muchos no hacen caso y eso afecta sobre todo a la fauna mediterránea, aves y mamíferos con los que era habitual cruzarse dando un paseo y que tardarán mucho en regresar».
Evitar males futuros
En Mijas, el segundo municipio de los seis afectados por el incendio con más superficie calcinada tras Ojén, la visión de vecinos como Salvador Porras, es distinta. Residente en La Alquería, un diseminado próximo a Mijas Pueblo donde confluyen numerosas viviendas y empresarios agrícolas, «se ha hecho mucho para arreglar caminos y señalizarlos», para mejorar la rapidez en las intervenciones de bomberos y policía.
Lugareño, vive y tiene una vaquería en su propiedad. Con más de medio siglo de vida, ha visto crecer el número de mijeños que se han instalado en el entorno y, en su opinión, «esto no es la montaña: aquí la prioridad ha sido limpiar las parcelas de los alrededores», tareas en las que muchos vecinos no han dudado en colaborar.
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