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Juan Francisco Gutiérrez
Sábado, 23 de abril 2016, 02:23
Me perdonarán los antitaurinos, pero cómo no mentar a El Fary para encabezar esta crónica sobre la primera gran tarde de la fiesta: o sea, sobre el primer encierro en el Teatro Cervantes, sobre la gala inaugural del Festival de Cine. Vale, seré un poco cabestro, pero el tarro de las esencias es tan caprichoso como el tiempo. Ya ven, hace dos días llovía y ayer el calor acompañó a la alfombra roja recién puesta. El mayor reclamo inicial, con permiso del respetable y del resto, fue una figura de tronío que en los carteles aparece como Mario Casas, pero que bien pudiera apodarse como El Niño del Chillerío.
Diecinueve ediciones, diecinueve. Cuando ayer llegué al anual viernes de resurrección, vi lo habitual: casi todo el mundo llevaba botines o taconazos y no iba descalzo. Eran las seis y media de la tarde y la plaza empezó a llenar sus diversos graderíos. Las fans madrugadoras, en su corralito; la prensa, en el suyo; los fotógrafos, frente a la barrera del photocall; los alguacilillos de seguridad, conteniendo a los espontáneos. Las tandas de estrellas entraron por turnos, como se tercia. Por un lateral, mientras, las fuerzas vivas de la ciudad se iban incorporando sin trompetas ni clarines (este año no hubo DJ). A Juan Cassá de Ciudadanos, que toma la alternativa, lo vi pasar por la cola del populacho y fiel a su cola de caballo. El alcalde, eso sí, hizo un mano a mano por el rojo albero alfombrado con Rosa Aguilar, consejera de Cultura. Les recibió para el festejo Gemma del Corral, concejala de Cultura, que iba de traje largo malvarrosa, poco apto para tranvías. Y junto a ella en la puerta grande, Juan Antonio Vigar con su temple de autoridad competente.
Por poner banderillas digamos que la gala al final fue un poco sosa, ah, de modo que el paseíllo de estrellas fue lo más reseñable de la tarde. Desfiló lo más granado: desde Carmen Machi a María León, desde Natalia de Molina a Silvia Abril, valiente y de amarillo. La mayoría iba con trajes de luces, aunque también vi alguna faena de aliño y alguna cara extraña: este cronista tampoco anda finito en la suerte de la nueva muchachada actoral.
Así que lo mejor de la tarde, a tenor del público, fue la presencia entre el gentío de dos grandes diestros. Uno, el actor Rubén Cortada (que no Cortázar, como se oyó desde la barrera), con cierto aire a Cayetano Rivera. Y el otro, ya les digo, Mario Casas. La marabunta coreó su nombre a gritos desde calle Madre de Dios, como diciendo. Vino a presentar Toro, donde luce capote, palmito y hasta obra el milagro torero de un Guadalmedina transitable, ahí es nada. Quizá la película no sea para dos orejas, pero brilla como nadie José Sacristán, en plan El Padrino mezclado con Curro Romero. Un malo tan bueno como para sacarlo a hombros y que encima come manteca colorá.
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