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Nuria Triguero
Sábado, 7 de noviembre 2015, 19:28
De aquella provincia que abanderó la industrialización española de la mano de los Heredia y los Larios poco queda. ¿Por qué? Porque la llegada del ferrocaril, que debía ser su trampolín definitivo, acabó convirtiéndose en su tumba. «A mediados del siglo XIX Málaga tuvo una gran relevancia en la siderurgia, pero tenía un problema grave con el abastecimiento de carbón mineral, que tenía que venir de Asturias y de Inglaterra. Hacia 1860 se encontraron unas minas en Córdoba y por eso se decidió construir el ferrocarril, pero las obras tardaron muchísimo», explica el catedrático de Historia Contemporánea por la Universidad de Málaga, Cristóbal García Montoro. Para cuando el tren llegó a las minas, la ferrería ya estaba en declive, fundamentalmente porque todo el material que se utilizó para las vías vino del extranjero por el interés del Gobierno de agilizar los trabajos. A duras penas, la siderurgia malagueña logró resistir hasta que desapareció definitivamente a principios de los años 20, arrastrando consigo a la industria textil y otras factorías que surgieron en torno a ellas. Fue entonces cuando surgió la idea de aprovechar las excelentes condiciones climatológicas para impulsar el turismo como el que ya despuntaba en la Costa Azul francesa.
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