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lucía palacios
Domingo, 5 de marzo 2017, 00:48
La crisis, esa palabra maldita, ha cambiado no solo el panorama económico del país, sino también el social. Así, a partir de 2008 se inicia un nuevo ciclo migratorio en España, tal y como constata Funcas en su última publicación, y por primera vez en mucho tiempo el número de emigrantes superó al de inmigrantes, es decir, que se van más de los que vienen. La razón está en el deteriorado mercado de trabajo.
Si en 2008 llegaban a España 600.000 extranjeros, esa cifra se redujo a la mitad y en 2013, el peor año de la crisis, ya solo venían 280.000, según los datos extraídos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En 2014 y 2015 comienza a notarse ligeramente la recuperación, pero aún así en 2015 todavía eran solo 340.000 los inmigrantes que entraban.
Y es que «la gente venía a España no por el sol y la playa, sino por esa bonanza económica que había y, al terminarse, ellos fueron los primeros que pagaron las consecuencias y los primeros en marcharse», explica Francisco González, responsable de Inmigración de CC OO, que cifra en un millón los extranjeros que se han ido. Así, si en 2011 fue el año que más población inmigrante había en España (5,7 millones, según el INE), en la actualidad se ha reducido hasta 4,6 millones. Por su parte, aquellos que se quedaron -bien porque ya estaban asentados desde hace años, porque las condiciones en su país eran muy malas o por el atractivo que supone la disponibilidad de servicios públicos, seguridad y estabilidad política- sufrieron igual o peor que los nacionales las consecuencias de la recesión. De esta forma, si en 2007, antes de que estallara la crisis, había en el país 2,8 millones de inmigrantes trabajando, esta cifra se redujo casi un 40% en 2014, cuando más se notó el efecto de la mala situación económica y solo eran 1,7 millones los extranjeros ocupados, según la EPA. En la actualidad ha crecido ligeramente hasta los 2 millones. Esto significa que, al igual que los españoles, sufrieron duramente los estragos del desempleo: en 2007 su tasa de paro apenas superaba el 12%, mientras que en 2013 se acercó peligrosamente al 40%. A final de 2016 el porcentaje de desempleados extranjeros se situó en el 24%. Y lo que es todavía más preocupante: un tercio de ellos lleva más de dos años en el paro.
Y es que el estallido de la burbuja inmobiliaria hizo que toda esa mano de obra empleada en la construcción y que se nutría de múltiples nacionalidades se viera de la noche a la mañana sin trabajo. La hostelería y la agricultura fueron los otros sectores que más emplearon a inmigrantes, según explica el profesor del IESE José Ramón Pin.
¿De dónde procedía principalmente este colectivo de inmigrantes? Marruecos, Rumanía, Colombia y Ecuador eran, por este orden, los países de origen protagonistas de la mayor parte de entradas. En 2008 los marroquíes que venían a España superaban los 70.000, pero en 2014 no llegaban ni a los 20.000. Este descenso drástico se dio también entre los rumanos, que pasaron de los 60.000 que entraban en 2008 a los 19.000 en 2013, e igualmente para los sudamericanos. En estos dos últimos años la recuperación se ha sentido y el flujo de entrada ha crecido ligeramente entre todas las nacionalidades. «Los sudamericanos escogen España por la afinidad cultural y de lengua. Los marroquíes, por la distancia», argumenta Pin.
Pero el problema ya no es solo que vengan menos, sino que además se van muchos más, principalmente extranjeros. Si en 2008 salían del país 288.000 personas, esa cifra casi se duplicó en 2013 hasta superar los 530.000. A partir de entonces, comenzó a descender ligeramente. De hecho, el saldo migratorio en estos últimos años es negativo. Así, se dio la vuelta a la tortilla y si en 2008 había un saldo positivo de 310.000 personas, en 2010 ya se pasó el negativo para alcanzar su máximo apogeo en 2013, con 251.000 personas menos. Y ese negativo se surtió principalmente de todos esos rumanos, marroquíes y ecuatorianos, entre otros, que vinieron aquí en busca de 'El Dorado' y tuvieron que retornar al darse cuenta de que, en la actualidad, no se trataba de la tierra prometida.
Hay un hecho incluso más destacable. Y es el de un grupo de españoles que se marchan. Aunque no puede afirmarse que sea numeroso (o al menos no hay cuantificación oficial de ello, puesto que aquí los datos escasean al haber muchos que se van y no dejan constancia de ello), pero sin duda constituyen un fenómeno novedoso y objeto de estudio. Son más de 350.000 y en su mayoría jóvenes -según el INE- los que han tenido que abandonar su patria en busca de un futuro mejor. Bien es verdad que la propensión a emigrar de un extranjero es setenta veces superior a la de un nacional, pero cabe resaltar que este fenómeno ha ido creciendo exponencialmente: si en 2008 se iban 25.000 españoles, en 2015 creció más de un 140% hasta superar los 61.000. En el primer semestre de 2016 ya habían salido más de 30.000 nacionales. En este caso la recuperación económica parece que no ha frenado por el momento las salidas. Reino Unido, Alemania, Francia y Estados Unidos son los principales destinos.
También es cierto que, en términos históricos, esta ola de emigración es «muy pequeña, nada que ver con las anteriores», tal y como explica Elisa Chuliá, directora de Estudios Sociales de Funcas, pero la novedad reside en que, al contrario de lo que ocurrió en los años 70, por primera vez la gran mayoría de ellos están altamente cualificados. «Esto no quiere decir que la gente que emigra al Reino Unido vaya a encontrar trabajo cualificado», matiza Carlos Obeso, profesor de Esade, quien explica que muchos acaban en tiendas y cafeterías, donde un 15% de los empleados son graduados. Este experto advierte de que «hoy en día la persona no cualificada difícilmente se va a mover de su casa o del barrio, porque no tiene las competencias sociales necesarias».
El problema que advierte Chuliá no es que se hayan ido, sino que no vuelvan, algo que habría que evitar a toda costa. «Ahora que mejora la situación económica, hay que estar pendiente de este colectivo para que vuelva, porque es capital humano de España... Y lo suyo sería que nos pudiéramos beneficiar de este esfuerzo todos», reivindica. Por algo se habla ya de 'generación perdida'.
Lo que está claro es que para que haya crecimiento económico tiene que haber un aumento de la población y, con la «bajísima» tasa de natalidad que existe en España, «el país necesita de la inmigración para avanzar», concluye Obeso.
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