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Doctor en Alaska
Primera temporada. Episodio 2: Cicely, Alaska

Primera temporada. Episodio 2: Cicely, Alaska

No importaba el maltrato horario que le daba TVE 2 a la serie de culto ‘Doctor en Alaska’, ni siquiera que lo programaran sin orden ni concierto

miguel ángel oeste

Lunes, 12 de diciembre 2016, 00:40

En los años noventa, mientras mis amigos salían de marcha los fines de semana, yo me quedaba en mi habitación para viajar a Cicely. Aquel lugar era un estado de ánimo, como el Boston al que aludía George Apley (Ronald Colman) en El mundo de George Apley (Joseph L. Maankiewicz, 1947). No importaba el maltrato horario que le daba TVE 2 a la serie de culto Doctor en Alaska, ni siquiera que lo programaran sin orden ni concierto. El poder de la ficción se filtraba y tenía una extraña compensación en mi vida real.

Hasta me llegué a preguntar: ¿Por qué no se empleaba todo el dinero del mundo para convertir en real aquella ficción? Cicely representaba el paraíso.

Allí me encontraba con Ed Chigliak (Darren E. Burrows), el indio mestizo destinado para ser chamán, pero que vivía a través del cine y deseaba filmar una película, carteándose con directores como Woody Allen o Martin Scorsese; y a Chris Stevens (John Corbett), un ex convicto al que salvó la literatura, la cultura, locutor de Radio K-OSO, que leía en la emisora fragmentos de la obra de Marcel Proust, Francis S. Fitzgerald o William Faulkner. La ficción zarandeando a los personajes y a las personas. Doctor en Alaska manifestaba para el chaval que yo era el deseo de hacer realidad lo inconquistable.

Por encima de Joel Fleischman (Rob Morrow) y los demás e inolvidables personajes estaban Ed y Chris, pues por medio de sus representaciones extendían sus creadores la permeabilidad de las ficciones. Ed mediante el cine. Chris con la lectura y el arte. Uno y otro leían sus vidas a través de las vidas inventadas. Mezclaban con naturalidad a un filósofo como Carl Jung y a un personaje de Star Wars. La alta cultura y la popular formaban parte de lo mismo. Como en la vida. Si no hay nada de sustancia en el mundo, si el suelo que pisamos es un espejismo, si la realidad no lo es en sí misma, ¿qué nos queda?, se preguntaba Chris una noche melancólico.

Cicely y sus ficciones eran un refugio. Un refugio en lo que lo importante es vivir. La ficción que me sirve es aquella que formula posibilidades y persigue preguntas sobre el que soy. De ahí que los viajes a Cicely fueran tan reconfortantes. Como decía el escritor Juan Bonilla a propósito de la literatura (y que aquí modifico para expandirla a cualquier expresión artística): Ojalá hubiera una agencia de viajes dedicada a convertir la ficción en vida. ¿No es acaso el mayor deseo de las series e incluso un buen punto de partida para una?

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